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Enriqueta preparaba una solución en una inyección, mientras Ela y Tadeo la miraban curiosos, en una esquina. De pronto con tiza la mujer dibujó una estrella en el piso, puso varias velas negras y la imagen gigante de una Virgen.

—Hagamos un trato —Tadeo tomó aire antes de hablar

Enriqueta lo miró cruzada de brazos —¿Trato contigo? Primero me doy un tiro, y eso que sería un pecado.

—Por lo visto, necesita sangre —el muchacho volvió a hablar —Y mucha para... Para lo que sea que va a hacer.

Enriqueta lo ignoró.

—Deje ir a Ela y toda mi sangre es suya.

—Yo necesito sangre virgen y tú...Lo dudo

—Soy Virgen señora —el muchacho rascó su cabeza —Aún no he tenido relaciones con nadie, mi tío me vigila muy bien. Mire es fácil, que Ela se vaya y yo seré su sacrificio, además...En mi familia hay un sacerdote ¿Eso no le ayuda a tomar valor a su inmolación?

Enriqueta sacó un cigarro y empezó a fumar, mientras miraba a los dos jóvenes. Una joven de negra piel, con marcas en sus brazos y un joven que no parecía tenerle miedo. La anciana se acercó a ambos y la muchacha se tapó el rostro con ambas manos. Pero Tadeo la miró serio, el miedo parecía haberse desprendido de su ser.

—Es un trato —la mujer estiró su mano —Pero ella podrá irse cuando acabe el sacrificio, antes no.

— No soy tan bobo señora —Tadeo se exaltó —¡Júrelo por su biblia!

Enriqueta de mala gana fue por su biblia, Ela negaba con la cabeza a su amigo, pero él se acercó a darle un beso en la frente —Todo estará bien.

—Juro ante Dios que Ela podrá volver a su mugrosa casa. —la mujer puso su mano sobre una hoja del libro, una mano arrugada, con mugre en las uñas y dos anillos dorados en sus dedos.

Pero justo cuando iba a cerrar el trato con el muchacho, al estirarle la misma mano, un grito lo hizo dar un paso hacia atrás. Natalia con Melquíades y el padre Rafael habían llegado.

—¡Aléjate de mi sobrino! —gritó el hombre de sotana —Nuestro trato se rompe ahora.

—¡Oh vamos! —Enriqueta soltó una carcajada —¿No eras tú el que decía que no se tenía que tener límites? ¡El gran Cura! ¡La eminencia dela iglesia y el más ladrón de San Fermín!

El hombre carraspeó un poco.

—Enriqueta, deja ir a mi hija —Natalia se acercó un poco —Soy extranjera, ni siquiera mi hija y yo tenemos vela en este entierro.

—No te acerques —la voz fue completamente autoritaria —Aún tengo un cuchillo en mi mano y si quiero, me lanzo sobre la mocosa. Que pensándolo bien... Le haría un favor al mundo ¿O es que no sabes que tu hija es una degenerada?

Natalia la miró bastante confundida.

—¿No me creen? ¡Vi como miraba a mi nieta! Y las pillé tomándose las manos ¡Son unas inmorales!

Ela miró a su hija, que lloraba en una esquina —Mami...

Melquíades estiró su mano a Enriqueta —Déjalos ir, podemos solucionar esto. Mujer, sabes que eres importante para mí.

La anciana bajó por un minuto la guardia —No lo entiendes... ¡y tú deberías comprender más que nadie! ¡He preparado esto por nosotros! ¡Nos liberaremos de la maldición!

—Enriqueta no hay maldición —el hombre suspiró —¡Te lo he dicho siempre! Mira, podemos irnos a otra ciudad, a otro país ¡Empezar de cero! ¡Lejos de todo esto!

Melquíades se acercó más y le acarició el rostro con la mano—Solo vámonos.

Ella asintió sonriendo y él se volteó, para hacerle seña a Natalia de que fuera por Tadeo y Ela.

Pero al instante, se desplomó.

La sangre manó, el cuchillo traidor de la vieja mujer, estaba clavado en su espalda. La sangre manó también en la comisura de los labios, ante la mirada aterrada de todos y Enriqueta retiró el cuchillo del hombre sin demora alguna, amenazando a todos.

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