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La puerta se abrió suavemente, una mujer de cabello cano, recorrió la habitación en medio de la penumbra. Vio a la muchacha husmeando en los muñecos, tocando uno y otro, revisando las costuras y totalmente metida en su propia curiosidad.

Sara no se había percatado que tras suyo, la maldad se frotaba las manos. No había podido percibir nada, hasta que gracias a la luz de las velas una gran sombra se formó y dos manos huesudas ejercieron presión sobre sus hombros.

— La curiosidad mató al gato y el gato al ratón que buscaba queso.

Sara soltó de inmediato la muñeca, que rebotó en el suelo empolvado, e intentó girar para ver a su abuela de frente, pero esta tenía las uñas tan clavadas en los hombros que no podía moverse.

—Abuelita me duele

—Elige Sara: gato o ratón.

—¡Abuelita me lastimas!

—Te la pondré fácil. —Susurró sin soltarla — ¿Gato, ratón o culebra? ¡Esa que tentó a los primeros humanos! ¿Si recuerdas cierto?

Sara sudaba frío, tenía un dolor irascible en los hombros y se sobresaltó más cuando el olor a quemado llegó a su nariz, provenía de su cabello.

—¡Eva! ¡Eva fue Eva! ¡El Génesis! —gritó Sara, mientras sentía que la presión se aflojaba, y sus rodillas tocaban el suelo, al caer.

Ahí las lágrimas empezaron a rodar, pero se levantó como pudo y miró con ojos cristalizados a la anciana, que acomodaba como si nada cada uno de los muñecos.

—¡Mira nomás como dejaste mis cosas! Mis pobres osos, mis muñequitas todas sucias, con esas manos te atreviste a toparlas.

Sara solo secó con la manga de su vestido su rostro y se fue en completo silencio del lugar, cuando iba a cerrar la puerta, Enriqueta levantó la voz.

—Y más te vale que la entrada de la casa esté limpia, hechas agua bendita y rezas un padre nuestro ¿Oíste?

—Si abuela, como digas —respondió Sara sin mirarla a los ojos, el suelo le parecía mucho más interesante.

Bajó la joven y empezó a azotar la escoba contra el piso. Le daba tantos golpes, que, si no se desarmaba, era porque era de una excelente calidad.

—Sarita buenos días. Cuidado y provocas fisuras en el piso —le dijo burlón un muchacho que pasaba cerca

Ella lo ignoró y siguió en su tarea.

—No me digas que una monjita como tú, pierde la paciencia tan rápido —las carcajadas aumentaron de parte de él —¡Cuidado te castigue Dios!

Los ojillos verdes ignoraron la risa.

—¡Pero no te enfades! Mira que yo soy buena onda, tú eres muy amargada.

La joven lanzó de repente la escoba contra el suelo y se agachó para tomar una piedra con ambas manos y levantarla sobre su cabeza.

El muchacho que llevaba un corte militar y chompa de cuero, puso las manos delante

— ¡No! ¡No Sara! ¡Era una broma! Cálmate, solo estaba jugando.

Pero ya la piedra estaba volando por los aires, chocando contra el estómago del muchacho, que encogiéndose de dolor se subió a su moto.

—¡Sé lo diré a mi tío! —le gritó, antes de recibir otro piedrazo en la frente —¡Vas a ver Monjita! ¡Te vas a arrepentir!

Mi DelitoWhere stories live. Discover now