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Ela despertó de cara contra el suelo, con la oscuridad en su mirada, con una venda cubriendo sus ojos. Intentó a tientas reconocer donde estaba, pero un pequeño quejido la alertó. Esa voz, esa voz solo podía ser de Tadeo.

—¿Tadeo? ¿Eres tú?

—¿Ela? ¿Dónde estás? Ela se llevó al señor, se lo llevó.

—¿Quién? ¿De qué hablas?

—¡Ven aquí! —la muchacha sintió como apretaban su mano y de pronto le quitaban el pañuelo en su mirada.

Apenas se vieron y la joven se lanzó a los brazos de su amigo, el cual tenía una gran herida en su frente y la muñeca con una negra gasa. Él besó su frente y trató de calmar el llanto.

—¿Qué te hicieron?

—Lo mismo que a ti —él bajó la mirada —mira tus brazos, tienes punzadas. No sé...No sé cuánto tiempo llevamos aquí...Esa mujer está loca.

—¡¿Pero ¡¿qué quiere?!

—Sangre, dijo algo de la sangre hereje o algo así. Es como que al fin se enloqueció la Doña y pues...

—¿Y Sara? —Ela palideció, pero solo recibió del muchacho una mirada que fue como daga. Lo vio cruzarse de brazos y bufar.

—¿¡Sara!? —respondió burlesco —Para tu tranquilidad, debe estar saliendo de este miserable pueblo, lista para vivir una vida llena de colores, una donde nosotros le valemos un pepino. Una que cambio por los amigos que tuvo, ahora es feliz.

—¡Oye no! —la muchacha se puso de pie —Ella no es así, cometió un error, pero no... Debe haber una explicación.

—¡Maldita traidora! Ojalá la arrolle un tráiler.

La cachetada que le dio Ela fue sonora, no pudo contenerse más y le dio la espalda al muchacho. El cual pateó con furia una lata que estaba en el piso, mientras gritaba. —¡Maldita sea! ¿Acaso te gusta? —tomó la mano de Ela —¿Es eso? ¿Te gusta la monjita?

Ela se soltó bruscamente y le dio un pequeño empujón —¡A ti que te importa! ¿Y si me gusta? ¿Qué? ¿Tienes un problema con eso? ¡Si! ¡Amo a Sara! Estoy completa y locamente enamorada de ella ¿Querías oír eso?

El cuarto donde se hallaban, se cubrió de un ambiente mucho más tenso, los dos adolescentes se sentaron uno en cada esquina. Con el corazón latiendo a prisa, con las manos sudorosas, viéndose de reojo y cubriendo de silencios, los porqués.

Ela empezó a juguetear con su cabello rizado, mientras tarareaba la canción que su padre le entonaba siempre para dormir. Tadeo jugueteaba con la basura: latas, una funda vacía y varios papeles. Todo era un modo de distraer los malos pensamientos, su corazón dolía y ya había sustituido a la angustia. Varias horas pasaron ahí solos, sumergidos en la oscuridad.

Mientras una mujer mayor caminaba por los anchos túneles, con varias llaves en sus manos, con una sonrisa macabra en el rostro. Pero apenas hubo llegado a la puerta de aquella derruida habitación, sintió algo frío en su espalda y un perfume, que reconoció prontamente

—Déjalos ir —la temblorosa voz resonó —Deja que se vayan

Enriqueta soltó una carcajada y se volteó, para toparse con una muchacha completamente asustada, que tenía un pequeño cuchillo en su mano. Sara dio un paso hacia atrás y soltó el arma, ante las risas de la mujer.

—Ni para eso sirves mocosa —la miró cruzada de brazos —Para matar se necesita sangre fría y tú...Tú eres tan inservible que ni eso heredaste de mí.

—Abuelita no....No me digas eso, yo te quiero. Yo solo no quiero que los lastimes.

—¿Me quieres? ¿Y de qué sirve querer? ¡No sirve para un carajo! —tomó el cuchillo y le asestó un golpe en el vientre a la joven, que cayó de rodillas.

Pronto más voces se apoderaron del túnel, pero Sara solo vio oscuridad, la misma que sus amigos percibían. La sangre manchaba el vestido y lo último que pudo escuchar fue una frase llena de hipocresía. DIOS perdone tus pecados, los mismos por los que acabé con tu madre.

Mi DelitoWhere stories live. Discover now