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Dos muchachas se hallaban en una pequeña habitación, la una tapaba su rostro con una almohada mientras escuchaba música con sus blancos audífonos y la otra garabateaba en un pequeño cuaderno. El silencio que se sentía, no era algo tenso, solo actuaba como un decorado más del lugar.

—¿Para qué son esos aparatos? —preguntó Sara, sin levantar la vista de su cuaderno.

—¿Eh? —contestó la otra joven, bajando un poco el volumen de la música.

—Digo que para te colocas eso

—¿Nunca habías visto unos audífonos?

Ante el silencio de su rubia amiga, Ela sonrió y le tocó el hombro, en afán de llamar su atención —Coloca esto en tu oreja y yo te presentaré a la diosa del pop.

—¿Cómo Diosa? ¡Sabes que solo hay un Dios! —Respondió la muchacha alarmada —¡No quiero ver a esa tal Diosa, sería pecado!

Ela golpeó su cabeza, con la palma de la mano —¡Olvidé que tengo que hablarte midiendo palabras! Mira, en la cultura pop y en la cotidianidad de la ciudad, hay personas famosas a las que llamamos dioses, no significa que vayan a hacer milagros o que les rezamos. Solo los llamamos así porque mmm es como decirles reyes ¿Entiendes?

—¿Cómo el rey David?

—Creo que sí vas entendiendo, bueno, un poco. En fin, ¿Quieres escuchar o no?

Sara asintió afirmativamente con la cabeza y Ela colocó un auricular en la oreja de su amiga, que luego de un rato, dibujó una sonrisa —Es como tener un radio en tu cabeza. Es como tener una pequeña banda en tu cabeza y que esté en esa cosita tan pero tan pequeña.

—Si quieres le digo a mi mamá que te compre unos, no son muy caros.

—¿Para mí? ¿Me regalarías un aparatito así, a mí? ¿Puedo tener el mío?

—Sí, incluso podríamos ir por ellos y tú escogerás el color. Sé que pondrán pronto un centro comercial en San Fermín, así que podremos ir, incluso —bajó un poco la voz —escuché que querían traer un cine.

—¿Cine? ¿Cómo esos donde las personas no hablan, si no solo mueven las manos? Leí en un libro, que no tienen colores. Pero ves muchas historias ¡Como un libro gigante!

Ela se puso de pie —Ahora ya tienen colores, sonidos y hasta venden palomitas, lo disfrutarás mucho. Mamá y yo siempre vamos, es como que al final sales contando lo que te gustó y puedes luego publicar fotos, con los pósters gigantes.

—¿Yo quiero ir! —Gritó Sara —Comer palomitas y.... Y también quiero tomarme fotos, ¿Puede ir Don José también? Es que le quiero mostrar a la gente moviéndose, a él le gustará mucho.

—Está bien —respondió Ela —¡Puede venir tu..! ¿Qué es para ti?

—¿Para mí? Pues Don José.

—Sí, pero debe ser algo tuyo ¿Tu papá? ¿Tu abuelo? ¿Un amigo de tu familia? No me digas que nunca te preguntaste quien era o porque...—llevó sus manos al rostro —Creo que acabo de meterme en río pantanoso, lo siento mucho, en serio no quería.

Sara cayó en cuenta que, en verdad, no se había puesto a pensar en eso. El hombre que de niña le traía muñecas de trapo, que rompió muchas veces las ventanas solo para verla y que incluso fue capaz de limpiar las heridas ¿Un completo extraño? ¿Solo alguien que le tenía pena? En realidad, toda su vida lo vio a su lado como un... Esa palabra que su abuela negaba se dijera en casa, esas dos sílabas que alguna vez pronunció y costaron un regaño demasiado doloroso.

«Sara esa palabra está maldita, si tú la pronuncias nuevamente, juro que voy a destrozar un palo de escoba en tu espalda. Y ni las mejores ánimas del purgatorio podrán salvarte ¡No me interesa lo que pase por tu tonta cabeza, borra de tu vocabulario esas burradas»

Mi DelitoWhere stories live. Discover now