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La noche ya había caído y en una mesa iluminada por dos velas, una anciana y su nieta tomaban agua, mientras a su boca llevaban trozos de duro pan. Sus miradas se evitaban, los corazones colapsaban.

—Abuelita, gracias por ayudarme hoy.

—Eso lo haría cualquier católica.

—Pero lo hiciste tú.

Enriqueta se puso de pie, sacudió su vestido y tomó en sus manos una de las velas —Si ya terminaste, los platos los llevas al fregadero, te colocas el camisón de dormir...

—Abuelita —murmuró la muchacha.

—Y entonces rezas el rosario.

—¿Cómo era mi papá?

Enriqueta palideció, dio un paso hacia atrás y le dio la espalda a Sara, mientras frotaba con fuerza sus manos. Esta pregunta había caído como lava ardiente sobre ella, haciendo arder su corazón, su duro corazón.

—¿Para qué quieres saber eso? Ya has visto la fotografía de María, muchas veces. Hay días que te la pasas pegada a esa foto ¿Acaso no basta con una madre, una tía y una abuela? ¡María y Ana deben estar retorciéndose en la tumba al ver como las desprecias!

—No las estoy despreciando ¡Lo juro!

—¡Estás preguntando por alguien a quien no le importas! —Enriqueta tapó su boca al darse cuenta lo que había dicho —Espera no quise...

—¿Mi padre está vivo?

—¡Acabo de decirte que es un gusano!

—No, tú dijiste que no le importo. Eso significa que tengo un papá ¡Tengo un papá!

Enriqueta le dio una bofetada a la muchacha, una que provocó que un pequeño hilo de sangre saliera del labio de Sara —¡No tienes un padre! ¡No lo tienes! Deja de soñar burradas porque juro que no respondo de mí ¡No respondo!

Pero en cuanto la anciana subió las gradas, casi en huida, Sara sonrió. Se acercó a la foto de su madre, que estaba en una mesita de la sala y le dio un beso —Mamita ¿Oíste?... Tengo un papá, como lo tiene Ela. ¡Tengo papá! —gritó con todas sus fuerzas.

Enriqueta, en su habitación, tapaba sus oídos con una almohada, se cubría con las cobijas y apretaba sus ojos en afán de no abrirlos. Sintió un peso en la esquina de su cama, una sombra negra yacía sentada ahí.

La sombra fue aclarándose y se volvió mujer. Se volvió mujer y le nacieron cicatrices. Las cicatrices se pusieron rojas y una vela iluminó el huesudo cuerpo. Enriqueta se volvió a cubrir con la sábana y rezó un padre nuestro.

La sombra caminó por el cuarto y salió, cerrando la puerta, dirigiéndose al cuarto de Sara.

Mi DelitoWhere stories live. Discover now