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En el balcón se peinaba Sara, tenía el cabello sujeto con un moño color lila, aquel que jugaba con el brilloso amarillo. Mientras en los ojos verdes, se acumulaban lagañas.

Se había lavado la niña, el rostro con un poco de agua helada y ahora solo miraba, el cielo despejado de San Fermín, mientras con un cepillo alisaba lo ya alisado en su cabeza.

Hasta que una visión en el jardín, la hizo lanzar el cepillo contra el piso y salir corriendo. En el suelo yacía su abuela y a su lado, un joven sin camisa, le aventaba aire como si de encender con una ventolera una fogata se tratara. Pero de manera más brusca.

—¡Despierte señora! ¡Vamos despierte! —Gritaba mientras agitaba los brazos —¡No se muera!

—¡¿Qué rayos le haces a mi abuelita?! —lo empujó la muchacha. —Y ponte tu camisa ¡Pervertido!

—¡Monjita! Qué bueno que viniste. —Respondió él, vitoreando con la camisa en la mano e ignorando el insulto de parte de Sara —Por cierto, tu abuela se está muriendo.

—¿Qué rayos le hiciste? Abuelita, abuelita, dime que estás bien —Sara se arrodilló y puso la cabeza en su pecho —No me dejes, abuelita, no te mueras.

—Tenemos que darle el rtc si no se muere —dijo Tadeo sonriendo —afortunadamente yo sé mucho de rtc.

La muchacha secó con la manga sus lágrimas y lo miró dudosa —¿Dónde se compra el rtc ese? No importa cuánto cueste...

—¡Sara no seas ignorante! Eso es de primaria ¿Acaso en el colegio no te lo enseñaron? ¡Pero qué boba eres! Eso es un método que usan los doctores, no es un jarabe para la tos.

—Yo... Yo no voy al colegio. Ade... Además, ¡Eso que importa! Tú si vas al colegio, así que hazle el coso ese a mi abuelita ¡Muévete! ¡Pero ya!

—Muy bien, primero debemos llevarla a la sala de tu casa.

—¿Por qué?

—¿Quién sabe hacer el rtc? ¿Tú o yo?

—Tú

—Muy bien, entonces yo digo que hay que llevarla adentro. Yo tomaré sus piernas y tú sus brazos. Estando allá yo la curo. —Estiró la mano —¿Trato?

—Esto solo lo hago por mi abuelita. Y no, no te daré la mano. ¡Sabrá la virgen cuando te lavaste las manos!

—Pues las remojé en el río, frente a la imagen de San Fermín. —Él presumió orgulloso —El Santito sabe que nunca mentiría.

Sara sujetó a la anciana por los brazos, mientras trataba de no fijarse en el cuerpo del muchacho —No te vayas a distraer, que si la anciana se golpea no funcionará el rtc —le dijo él.

—¡Pues hubieras empezado por no andar como cachorro de campo! Así seguro no me distraería.

—¿Cachorro de campo? —dijo él, curioso, tanto que soltó los pies de la mujer mayor, haciendo que Sara no avanzara con el peso y se diera un tremendo golpe contra una piedra de camino a la mansión.

—¡Abuelita! —Gritó Sara —¡Mira lo que haces, torpe!

—¡Oye no fue mi culpa! Tú lanzas insultos raros. ¡Eso pasa cuando alguien crece en una cueva!

Él se fijó de pronto. Había escupido lava, sobre un cuerpo herido y lanzado limón sobre una herida. El puño en su mano de a poco se cerraba, muestra del enojo y la rabia que explotaría pronto.

—Lo siento mucho —fue lo que atinó a decir —No quería decir eso, te juro que no es lo que pienso.

—¿Le vas a hacer el rtc a mi abuela? ¿Sí o no?

—Yo, la cargo —afirmó el muchacho, evitando el derrumbe delante —Yo puedo solo.

Cuando pudieron acostar a Enriqueta en el sillón, sin miedo puso sus manos en el pecho de la mujer cabello cano y aplastó despacio con ambas manos. —Se supone que luego de tres de estas, ella se va a despertar.

—¿Por qué dudas? ¿Acaso no era el que sabía de eso?

—No, es que sí sé. Te juro que sí.

La puerta paró la discusión. En ella se estaban dando golpes suaves, los dos jóvenes se miraron confundidos. Sara llevó un dedo a su boca, en señal de silencio a Tadeo, y luego fue a la puerta, casi en puntillas.

Abrió despacio, apenas se oía el rechinar de la madera, cuando una joven de negra piel, que había estado de espaldas, giró hacia ella. Sara se sonrojó de inmediato y dio un paso hacia adelante.

Ela llevaba un short de mezclilla, que combinaba perfectamente, con una blusa de seda blanca. Le sonrió a la joven de la puerta y recogió con su mano el rizo que ya había caído en su frente. —¿Tú? —Inquirió Sara —¿Qué haces aquí?

—¿Yo? ¿Así recibes a tu amiga hereje?

—No, lo que me refiero es que deberías estar descansando ¿Te accidentaste, recuerdas? No es como que vas a estar curada en unas horas ¿Es que acaso no te importa tu salud? ¿No te importa si te complicas por andar del tingo al tango? ¡Qué te pasa!

—Oye cálmate —respondió Ela riendo. —Por si no te has dado cuenta, traigo muletas. —efectivamente, la joven traía dos muletas que había apoyado contra la pared —¿Ahora me dejarás pasar?

—¡Elita por Dios! —Interrumpió una mujer de falda plisada —Esta niña camina como si no le hubiera ocurrido nada —luego miró a la muchacha rubia —¡Buenos días Sarita! Traje a mi hija, porque vi que son amigas y pues creo que sería bueno que, en sus vacaciones, esté con alguien de su edad. Yo debo hacer recorrido con los huevos aún.

—Claro señora, yo la cuido —habló Sara, dibujando una sonrisa y presumiendo—Con gusto, usted no se preocupe por nada.

—¡Hay mi niña eres un ángel! —la mujer le dio un abrazo, para luego mirar a su hija —¡Tú! Has caso a lo que te diga Sarita y su abuela, mira si aprendes algo.

—Tiene razón, a ella le falta mucho por aprender —Sara correspondió al abrazo —conmigo aprenderá.

Ela también fingió una sonrisa, pero lanzó una fría mirada a Sara. Fue por un momento una competencia de asesinatos mentales, entre las dos muchachas. La tensión entre ambas era notoria.

—¡Hay amo que se lleven tan bien! Salúdame a tu abuela, que voy de apuro.

Cuando ella se hubo ido, la rubia adolescente recordó: Su abuela estaba desmayada adentro y un chico sin camisa también ¡No debió aceptar esta visita! ¡No debió!

—¿Ela y si mejor nos quedamos aquí afuera el resto del día? Digo es un lindo día.

—¿Y si mejor me ayudas con las muletas? —Respondió la otra muchacha —¡Además hace frío! No sé si aquí las casas solo son para dormir, pero yo quiero estar adentro.

—¿Segura?

—¿Acaso escondes un asesinato o algo parecido? —Pero vio la cara de terror de Sara —¡Oye era una broma! No tomes las cosas tan literales.

Cuando entraron, cuál no sería la gran sorpresa de Ela, una anciana inconsciente sobre un viejo sillón y únicamente con eso arrugó la frente.

—¿Si tenías un cuerpo después de todo?

—¡Puedo explicarlo Ela! —Gritó la joven —¡Te juro que puedo!

—¿Sarita ya se fue quién se entrometió? Por cierto, mi camisa está un poco mojada, no pude ponérmela.

—¡Ay, no! —la muchacha rubia se dio un pequeño golpe en el rostro, con su palma.

Efectivamente, un muchacho de la edad de ellas, sin camisa y con el cabello alborotado, bajó las gradas de la gran mansión. Traía en sus manos una almohada amarilla y caminaba dando grandes zancadas.

Mi DelitoWhere stories live. Discover now