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Una mujer de cabello rizado, corría por las calles de San Fermín, de su frente caía sudor y sus zapatos deportivos se desgastaban con la tierra. Su celular sonaba, pero a ella nadie la sacaba del horror que estaba viviendo. Hace media hora que su hija debía haber vuelto a casa.

—¡Ela! ¡Ela! ¡Hija!

Se acercó a varias personas, con las mejillas remojadas por las lágrimas y en su pecho latiendo muy rápido el corazón.

Algunas mujeres que salían de la iglesia murmuraban y otros solo hablaban por lo bajo, pero Natalia solo evocaba en su memoria las últimas palabras de su hija, no tenía tiempo de escuchar nada.

"Ya no soy una nena, además este pueblo es pequeño y conozco bien la casa de Doña Dolores ¿Qué podría pasar? Voy a entregar la cubeta y vuelvo. Te amo mami"

Ahora estas palabras rebotaban como pelota en su mente, inconscientemente se culpaba y volvía a correr. Ya la mujer que debía recibir los huevos le había dicho que la muchacha jamás llegó a su puerta y el policía al que acudió, con una gran sonrisa y una gran dona en su boca, había afirmado con tranquilidad: "Su hija es una adolescente y usted tiene que entender que a veces los jóvenes se descarrillan y pues... Se terminan fugando de casa. No es como que alguien le haya hecho algo, los adolescentes son así"

La mujer se sentó en una pequeña banca del parque, con la cabeza escondida entre sus manos, las peores imágenes y las peores tragedias se dibujaban de a poco en su mente. Recordaba tantas noticias de desapariciones, de asesinatos y de secuestros con fines trágicos.

Sintió en aquel momento un toque en su hombro y levantó la cabeza. Un hombre de cabello cano le extendió un cigarro —¿Pena de amor? El humo es capaz de llevarse pena, mi señora.

—No gracias, no fumo —respondió ella —pero gracias.

—¿Ese tipo la dejó? —preguntó él, acomodándose a su lado

—¿Eh? —Lo miró desconcertada —¿Quién?

—El hombre por el que llora.

—No lloro por ningún hombre —se secó las lágrimas un poco —Mi bebé no aparece.

—¿Le robaron a su bebé? ¡Válgame Dios, cada vez este pueblo está peor!

—Sí, pero fue mi culpa, mi niña salió porque yo le di permiso ¡Mi culpa fue!

—Y pensar que yo encontré a una niña, tiradita en la carretera ¡Quién sabe que le hicieron, para que quedara como estaba de lastimada!

Ambos callaron por un rato, solo acompasados por el fuerte viento; hasta que un hombre bajo, sin cabello y con una larga sotana negra, avanzó cojeando hacia ellos — ¡Hija! Supe lo de tu muchacha, lo siento mucho ¿Pero cómo ha pasado? —¡Padre Rafael! —gritó la mujer de negra piel —Ya he buscado por todos lados, mi Elita no aparece.

—Tranquila hija, mira que la vamos a hallar, verás que sí. En este pueblo rara vez pasan esas cosas.

—Claro, en este pueblo todos somos buenas ovejas—dijo Don José, casi en un susurro—Tan santas como un burdel.

—¿Has dicho algo, hijo? —respondió el hombre, con una gran arruga en su frente y sin dejar de abrazar a la mujer — Por cierto, no te he visto el domingo en la iglesia, ¿Has estado bien?

—Demasiado. Suerte con su bebé señora —hizo Ademán de irse, pero antes la miró triste —¿Por cierto cuál era su nombre?

—Natalia.

—Muy bien señora... ¡Natalia! —gritó a viva voz —¡Se llama Natalia! ¡Natalia!

—Así se llama ella —Inquirió el sacerdote —¿Cuál es tu problema?

Pero Don José, ignoró cualquier palabra venida del hombre, jaloneo a la mujer —¡Venga! ¡Sé dónde está su hija! ¡Yo sí sé! ¡Yo sé!

Natalia solo le dio un último abrazo al cura y salió corriendo junto al anciano, la sensación de confianza que el hombre le transmitía era tanto, que subió de inmediato a la camioneta.

Lo que no pudieron ver y no sospecharon, fue que una mujer de largo vestido negro, se acercó luego de un rato al sacerdote, tenía furia en la mirada y las manos apretadas en un fuerte puño

—¡Solo tenías que convencerla de que se fuera del pueblo! Yo vine, como una tonta, a decirte que esa mocosa estaba en mi casa y esperaba que movieras tus hilos —le dio un fuerte empujón, que casi hace caer al hombre.

—¿Cómo querías que haga eso, Enriqueta? —palideció el hombre y se arregló la ropa —¡No puedo echarla, sería contraproducente!

—¡Contraproducente mis polainas! Nunca has podido hacer nada bien ¡Nada! Ya te dije que no las quiero en San Fermín ¡Que se larguen!

—Deja el berrinche mujer, se irán pronto, en cuanto empiece el ciclo escolar en la ciudad. Solo están por turismo.

—Más te vale —gritó ella — No sería bueno que mi memoria fallara y ya no hiciera donaciones a tu iglesia—se limpió el polvo invisible del vestido —¿Cierto?

Mi DelitoWhere stories live. Discover now