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Una patrulla recorría las calles de San Fermín, con el humo saliendo del tubo de escape y una ventana rota. Avanzó por el camino que daba a la mansión, para estacionarse, frente a un bulto que yacía junto a un árbol.

—¡José! —gritó el conductor —¡José! ¿Qué haces ahí, hombre?

Al no escuchar respuesta y no percibir movimiento, bajó azotando la puerta, pero al hacerlo mil ideas se vinieron a su mente. Conocía a Don José porque habían sido amigos de infancia y ahora, verlo tirado, estaba helando su sangre.

Con su bota lo tocó despacio, miró el alrededor, eran las ocho de la mañana y no había en la calle una sola alma. —¿Amigo? —el viento movió su cabello sujeto en una larga coleta —Por favor, abre los ojos —de rodillas tocó el brazo arrugado y buscó desesperado el pulso.

Cuando ya tenía en línea a una mujer del Ecu — 911 pidiendo datos insignificantes y ajenos a la urgencia. Alguien le agarró fuerte la pierna, sintió su cuerpo frío, dejó caer el teléfono y se negó a bajar la vista. Mil oraciones vinieron a su mente, el padre nuestro, el ave María y algún santo al que le debía alguna alabanza.

—¿Humberto? —dijo el bulto del suelo —¿Qué haces aquí?

En cuanto reconoció esa voz, en cuanto supo que no era un muerto el que hablaba, solo en ese momento pudo ver de frente al anciano.

—¡José! —se lanzó al suelo —¡Amigo creí que ya te había llevado la huesuda!

—¡Que huesuda ni que huesuda! Lo único que tengo es un dolor de espalda del demonio —respondió el hombre estirando su mano, en apoyo de levantarse.

El hombre de cabello largo, ojos negros y uniforme oficial cambió inmediatamente de tema —Pero dime ¿Qué haces aquí? Si ya no trabajas en la escuela o ya no vives ahí, podías haberme buscado. Amalia y yo te hubiéramos dado un cuartito, no tenías porqué andar en las calles.

—¿Con tu esposa citadina? Prefiero morir bajo la lluvia, además estuve bajo uno de los mejores amigos de un hombre. ¡Un arbolito de manzanas!

—¿Mejor amigo! ¡Já! Tú lo que estás es loco, vamos a mi casa, te curaré esa locura a tragos.

Don José, ignorando a su conversador, miró la mansión y sonrió, cuando Sara apareció en el balcón dando un giro en el mismo sitio.

Él sabía que significaba, ese había sido el código que habían inventado. Dar la vuelta significaba que estaba bien. Que las heridas no eran graves y que la abuela, producto de beber toda la noche, dormiría largo.

—¿Qué miras compadre? —preguntó el policía, que de espaldas no había podido ver a la joven.

—¡Veo el cielo, hombre! ¡Ya salió el sol!

Humberto puso sus manos en sus ojos, a modo de binoculares y luego señaló burlándose —Yo también estoy viendo el sol ¿ves también ese unicornio volando? ¡Compadre sí que te hizo daño el frío!

Pero José ya caminaba hacia su camioneta, el ver a su niña, le daba unas fuerzas que no creía tener. Y allí, frente al volante de un auto sin encender, suspiró aliviado. Para luego sacar su billetera y dar un beso a una, aunque vieja, pero bien conservada fotografía.

En ella se veía a dos jóvenes de largo cabello rubio, presumiblemente gemelas, con un perro husky de blanco pelaje.

Mi DelitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora