4

198 18 1
                                    

Una mujer yacía tirada en un destartalado sillón rojo, roncaba fuerte y de su boca, caía un blanco hilo de saliva. Su velo estaba en el suelo, a pocos metros de los trozos de un roto jarrón.

Parecía que su placido sueño, no podía arrebatárselo nadie, ni siquiera un terremoto sería capaz de hacer que abriera los ojos.

Mientras tanto, Sara había atrancado la puerta de su habitación con una silla y en un cuaderno dibujaba el retrato de una mujer dormida, aquel rostro tenía el pelo lacio y una cicatriz en su barbilla, descansaba sobre un jardín de margaritas y tenía en su cuello una cadena con una cruz.

Últimamente el rostro de aquella dama se dibujaba en sus sueños. La veía en un jardín, la veía ante una cuna y con un gran libro en brazos. No sabía a ciencia cierta por qué le causaba tanta curiosidad y llevada por la inconsciencia de su lápiz, solo a esos rasgos se limitaba a retratar.

Pero entonces el golpeteo en la puerta principal, la sobresaltó, escondió sus cosas en una vieja caja de cartón bajo su cama y se puso un velo, que estaba cuidadosamente doblado en un gran armario verde.

Bajó despacio, casi en puntillas, sentía que volaba por las gradas y que cualquier ruido fuerte podría despertar a Enriqueta. Su corazón latió muy rápido, cuando un ronquido grueso escapó de los labios de la mujer acostada y mucho más cuando, a punto de llegar a la puerta principal, escuchó un grito.

—¡Te quemarán! ¡Los quemarán a todos!

Sara palideció y como si de una película se tratara, volteó su cuerpo hacia la sala de la gran mansión.

Su abuela seguía durmiendo, retozando el licor que aún estaba en su cuerpo, roncando y maldiciendo en sueños a quién sabe quién.

La muchacha tomó el manojo de llaves y aun temblando por el susto, abrió la puerta. Encontrando delante suyo a dos mujeres, ambas de tez negra y ojos color miel.

La mayor de las dos, sonrió y dio un brinco quedando delante de Sara —¡Buenas tardes! No queríamos incomodar, pero venimos con esto —la efusiva mujer puso delante una gran cesta con huevos, que tomaron por sorpresa a la joven — ¡Sólo dos dólares y son suyos! Son huevos frescos, deliciosos, criollitos ¡Como nunca ha probado!

—Mamá —susurró la otra muchacha, la cual tenía un ajustado jean y un buzo con las siglas "love" dibujadas. —No hagas eso.

—Elita, pero si te estoy enseñando como se vende ¿Verdad que no te incomoda nena?

Sara miraba toda esta conversación en silencio, negó con la cabeza y ya estaba a punto de decirles que era mejor que se fueran, por el asunto de que su abuela no las recibiría con una sonrisa, pero una voz tronó desde adentro.

—¡¿Quién mete tanto ruido?! ¡Quiero dormir!

—Es mejor que se vayan —susurró despacio la rubia—No es un buen momento.

Ela, la joven que parecía tener la edad de Sara, picada por la curiosidad se paró en las puntas de sus pies, con el afán de ver que había dentro de la casa. Pero el impulso de la otra joven se lo impidió, parándose delante de ella.

Entonces la puerta apenas abierta, se abrió de golpe. Un golpe tan seco que hizo que Natalia, la mujer que había traído los huevos tomara a su hija y la escondiera tras suyo.

Mucho más cuando vio la figura alta, sudorosa y oscura de Enriqueta colocarse a grandes zancadas junto a Sara. Tenía el vestido negro completamente sucio y su cabello totalmente desgreñado.

Dibujó una sonrisa extraña en su rostro y extendió su arrugada mano a la madre de Ela. —Mucho gusto. Enriqueta Pérez.

Aunque la mujer de buzo rosa dudó, la tomó y sintió una fiereza en ella, que lejos de asustarla, la inquietó un poco.

—Natalia Fuentes. Veníamos a vender huevos, recorriendo de hecho, hace poco llegamos a este pueblo. Pero no queríamos molestar, así que...

—¡Oh! Quien es el ratón que ocultas, querida.

—Mi hija Ela. Saluda, vamos cariño, saluda a la señora. —empujó a la muchacha hacia adelante.

La chiquilla de alta coleta, tragó saliva y solo atinó a pegarse más a su madre y a sonreír por dos segundos, estaba completamente muda.

Enriqueta la miró despectivamente de abajo a arriba y luego señaló su blusa — Vaya, así que palabras en otro idioma. Te queda bien, niña.

—¿Pero si nos va a comprar cierto? ¡Sólo dos dólares y son suyos! —Natalia pasado un poco el susto decidió, que, si bien daba miedo estar ahí, tenía que sacarle provecho. —Son huevos frescos, deliciosos, criollitos ¡Como nunca ha probado!

La boca de la mujer delante de ellas, se puso seria y miró sin mayor interés los huevos. Para luego apretar fuerte del brazo a Sara —Ve por mi monedero, está sobre el librero, hoy comeremos huevo.

La muchacha como alma que lleva el diablo, entró y al momento ya estaba con una carterita muy pequeña, de donde la abuela sacó dos monedas.

—Aquí tienes querida.

—¡Muchas gracias!

—De nada. Dios les ilumine el camino, queridas.

Cuando ellas ya estaban por salir, a Natalia la madre de Ela, se le ocurrió una idea que en su cabeza sonó muy bien y pegó un brinco, aunque su hija intentó detenerla.

—¡Vendremos todos los martes!

Mi DelitoWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu