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Vestida de blanco, con una corona de rosas rojas, en su cabeza, con un dolor punzante en el vientre y descalza, caminaba Sara por un jardín. El olor a tierra mojada impregnaba su nariz, mientras se hallaba en la más completa soledad.

—¿Dónde estoy? —se preguntó a sí misma, mientras sus pies se negaban a avanzar rápido. De un momento a otro la tierra empezó a temblar y se hicieron varias grietas que se tragaron las flores, los árboles se secaron y varios cuervos cayeron muertos a sus pies. Uno de esas negras aves se enredó incluso en su cabello, lanzándola de cara contra el piso. Pronto el ataque fue de más de una negra ave, todas se enredaban en sus rizos y le intentaban picotear el rostro.

—¡Fuera! ¡Fuera pájaros! ¡Déjenme!

Su única opción fue correr como más pudo, sintiendo el dolor en su cabeza y en su vientre. Su sandalia quedó a mitad de camino, cuando tocó desesperada la única puerta de una única casa.

—¡Ayuda! ¡Por favor ayuda!

Empujó tan fuerte que la puerta cedió y las aves quedaron fuera, su corazón estaba agitado. Al dar varios pasos, la madera del piso crujió y sus ojos verdes recorrieron la sala. Un lugar lleno de floreros, uno en una mesita y uno en cada esquina. Sara entró a la habitación que quedaba contigua a la sala, un lugar con olor a pan recién hecho.

—Parece que salieron a prisa —susurró, cuando se percató que el armario estaba abierto, dejándose ver pequeños vestidos —La cama aún está caliente —se sentó y notó varios mechones rubios, todos manchados en la punta de rojo.

Los apretujó con su mano y se quedó pensativa.

Todo hasta que escuchó pasos, la puerta que se abrió y la joven solo atinó a esconderse. Bajo la única cama de aquella habitación. Entró una mujer no tan joven, con una canasta en sus brazos y en su un arañazo. Sara imaginó que seguro los cuervos también la atacaron.

—Sé que estás ahí. —Habló fuerte la mujer —¿De quién te escondes?

—No sé dónde estoy —Sara susurró temerosa

—En tu casa —estiró la mujer su mano a ella —Ven aquí, dudo que quedarte ahí sea buena idea. Las sombras de la mente pueden azotarte con fiereza ahí.

Sara obedeció, tomando su mano y luego la miró bien. Facciones finas, delicadas, piel blanca, vestido largo y ojos verdes.

—¿Mamá?

—La misma —pronto la arropó fuerte en sus brazos, el miedo se evaporó, la felicidad en una sonrisa y le tocó el rostro.

—Pero si estás aquí...Si estás...Significa que...

—Lo siento hija, lo siento en verdad mi niña, pero al parecer si.

—¡Estoy muerta! —gritó de pronto la joven —He deseado esto desde niña, yo...Yo pedí mucho esto y ahora estás tú ¡Mamá estás aquí!

—¿Pediste morir? —María la miró confundida —Hija, no sé...Esto no funciona así ¿Cómo que lo pediste?

—Mi abuela Enriqueta, ella...

—Ella fue una bruja contigo, lo sé. Lo entiendo, también lo fue conmigo. Pero ahora —tocó su rostro con ambas manos —Ahora estamos juntas, no te voy a volver a perder.

Ambas se fundieron en un abrazo, aunque la joven aún tenía el dolor en el vientre. María miraba en cambio, preocupada, la ventana. Su hija, su pequeña estaba aquí ahora a su lado y eso era lo único que importaba ¿O no? Por años había tenido su muerto corazón perdido y ahora la oía respirar a su lado. No importaba lo que tuviera que pasar, era la frase que se repetía en la mente, mientras llenaba de besos a Sara.

Mi DelitoWhere stories live. Discover now