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OLIVIA

"Admito que me consumió, me despedazó,
me destrozó. Pero también admito que me
hizo mirar hacia delante y entender que
todo en esta vida tiene un motivo. Y que,
cuando has sufrido mucho, llega el día en
el que todo empieza a doler menos."



Cerré el paraguas al entrar en la vieja taberna en la que nos citábamos cuando aún nos sentíamos jóvenes y queríamos ahogar los problemas en alcohol como cualquier otro adolescente.

Avancé hacia la barra. Solo había una persona debido a las altas horas de la noche. Estaba sentando en un taburete con el cabello húmedo y la chaqueta de cuero salpicada de lluvia. Sostenía una copa de whisky con hielo entre los dedos, repiqueteando con las uñas en una especie de tic nervioso.

Tomé asiento en el taburete contiguo y llamé al camarero barbudo.

—Lo mismo que él —pedí. Me coloqué un mechón de cabello detrás de la oreja y me humedecí el labio inferior—, solo con un hielo, por favor.

—Me pregunto quién te habrá enseñado a beber —comentó el chico a mi lado.

—Aprendí del mejor —le respondí alzando la copa en cuanto el camarero me la entregó. La alcé antes de llevármela a los labios, dándole un trago amargo que me calentó el estómago—. Tuve un buen maestro —agregué.

Me recogí de los labios algunas gotitas que se habían desparramado y disimulé una sonrisa tras percatarme del modo en el que sus ojos se detuvieron en mi rostro para finalmente recaer sobre mi boca.

Como solía ocurrirme cuando me miraban con aquella intensidad que había aprendido a amar, bajé la mirada y la devolví a la copa.

Mi seguridad parecía evaporarse cuando de hombres se trataba.

Mi compañero bebió y después sonrió entre dientes con la mirada fija sobre el cristal. Podía percibir en su expresión y hombros caídos que su estado anímico no era el mejor, pero también lo comprendía; yo estaría aterrada si fuera él.

Adopté una expresión seria y me giré ligeramente en su dirección.

—Supongo que sí estamos aquí significa que ya has tomado una decisión —murmuré.

Se tomó un par de segundos antes de asentir mientras se retiraba los mechones mojados de la frente.

—Sí, creo que ya lo he hecho —afirmó con la voz ronca. Su pecho se hinchó en una rápida respiración y al mirarme vi determinación en sus ojos—. Ha venido a destruirme y dejaré que lo haga: sabía que tarde o temprano pasaría. No es ningún idiota y yo también quiero que descubra la clase de persona que era Savannah...

—Sabes que aún estamos a tiempo de detenerlo —lo interrumpí.

Negó y tragó saliva con dureza, dejando que por primera vez en años pudiera ver como los secretos y las mentiras que había forjado para ocultar la verdad lo rompían y consumían tras cada aliento.

—Deja que lo descubran y cuando llegue el momento, facilítales lo que necesiten. Estoy cansado de seguir escondiéndolo: pesa. Ahora lo que necesito es liberar cargas. Necesito descubrir la verdad y los chicos lo están consiguiendo: ahora solo hace falta que encajen las piezas y yo conseguiré lo que llevo años retrasando por miedo. Sabes que si yo lo hiciera, lo perdería todo —me recordó.

Sabía perfectamente a lo que se refería y por eso estaba, porque conocía la sensación a lo que se refería. Sabía lo que significaba temer que los demás descubrieran tus más sucios y ocultos secretos. Al igual que él, yo también los tenía, pero estaba cansada de guardarlos, ya que no hacían más que erosionar mi mundo y me robaban horas de sueño cada noche.

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