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CARSON

"Mi educación te sonríe y en ese
breve instante mi intelecto ya te ha
mandado a la mierda mil veces."

DAVID SANT



—Recuérdame de nuevo porque estoy haciendo esto —masculló Olivia entre dientes.

—Prometí recompensártelo, ¿lo recuerdas? —le contesté volviendo la cabeza en su dirección.

Le dediqué una media sonrisa y le di un toque en la barbilla. Me apartó la mano velozmente y me fulminó con la mirada como una perrita enfadada.

Me encantaba que fuera tan rebelde.

Para aquella clase de eventos siempre era bien recibida una acompañante que resaltara mi estatus y me sirviera de carnaza para distraer a mis adversarios, sobre todo cuando jugaba miles de libras. Por eso había traído a Olivia, que en su totalidad era carne fresca: joven, bonita y exótica.

Olivia permaneció con los brazos cruzados sobre el pecho y los labios fruncidos en clara mueca de irritación. Mientras, yo me pasé los dedos por el cabello para darle algo de orden antes de hacerle un gesto con la cabeza que comprendió al instante.

Puso los ojos en blanco y salió del coche después de mí. Nos encontrábamos en Hampstead Lane; era una urbanización de nuevos ricos alejada del infierno de la City. A nuestro alrededor estaba atestado de coches, lo que hizo a Olivia bufar mientras recogía un poco el vestido para no pisarlo.

Olivia siempre se vestía para impresionar, pero aquella noche estaba fabulosa, con un vestido largo rojo bermellón sin mangas, cuello redondo y una cinta entre los pechos que los hacían todavía más voluminosos si era posible, destacando su piel nívea. El pelo lo llevaba recogido en una coleta en la coronilla y un ligero maquillaje que acentuaba sus altos pómulos y rasgos delicados.

Le tendí el brazo como el caballero que ambos sabíamos que no era y ella aceptó a regañadientes.

—Si me pillan, tendré que dar muchas explicaciones —farfulló mientras avanzábamos hacia la entrada.

—Creo haberte dado la excusa perfecta. Además, me habías dicho que Camilla y Luke te cubrían —repuse con tranquilidad.

—Sí, pero reza porque Luke no descubra que le he mentido, mucho menos para irme contigo —murmuró como si temiera que los árboles la escucharan.

—También me mataría si supiera que llevo follándome a su querida hermanita desde que teníamos catorce —aireé en tono burlón.

Giró la cabeza hacia mí bruscamente y me asesinó con la mirada ante mi comentario, incluso conseguí que sus mejillas se tiñeran de rojo por la vergüenza. En pocas ocasiones conseguía hacerla sonrojarse, así que saboreé el momento.

Nadie salvo yo conocía la auténtica naturaleza de la pelirroja a mi lado: era lo que la ataba a mí. Eso y que tampoco sabía vivir sin mí. Nunca lo admitiría, pero podía leerlo en su cuerpo cada vez que la tocaba y en sus ojos cuando me miraban.

La había vuelto adicta a mí.

Cuando llegamos a la entrada, dos guardias apostados a cada lado de la puerta nos interceptaron; él más grande sacó una lista y pidió mi nombre.

—El señor Carrington lo estaba esperando —dijo el guardia segundos después.

Digamos que las aburridas reuniones de papá me habían servido para conocer a la crema y nata de la exuberante sociedad londinense. A lo largo de las múltiples quedadas había descubierto que en esos eventos se concentraba lo peor de cada casa, pero también contaban con el dinero y el estatus social para permitirse ser los mayores hijos de puta que había conocido.

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