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HARPER

"Me entenderás..., cuando te duela
el alma como a mí."

FRIDA KAHLO





Los días seguían siendo complicados entre burlas, cuchicheos y miraditas. Al principio quería morirme, pero con el paso del tiempo juraría que me había acostumbrado a ser el cero a la izquierda del Sant Judas.

Sin darme cuenta, lo había perdido todo: a los que pensaba que eran mis amigos, que únicamente me habían utilizado, el respeto que había creído conseguir y mi amor propio. Pero aun así, tenía que hacerlo, tenía que levantarme a pesar de que lo único que deseaba era esconderme bajo el edredón; ponerme mi uniforme y enfrentar otro día en aquel infierno.

Me enfermaba, lo que había ocurrido me ponía enferma de la peor forma posible.

Más que nunca odiaba a Carson, o al menos, me esforzaba por intentarlo, ya que lo que me estaba ocurriendo era por su culpa y también era mi culpa por pretender que podía seguirle el juego y no haber sabido jugar, porque en el camino me había quedado como un peón del que no le había costado deshacerse.

Lo odiaba, lo odiaba con todo mi corazón.

Apreté el asa de mi mochila entre los dedos y bajé la mirada cuando algunas chicas se rieron y me miraron con expresiones divertidas al pasar por su lado hasta mi pupitre. Me hacían sentir el bicho más insignificante del planeta.

—¡Oh, Carson, fóllame! —dijo una de ellas antes de reírse.

Apreté lo dientes, molesta, y las dejé atrás. En los últimos días había recibido toda clase de insultos y comentarios despectivos. Las chicas me miraban como si fuera una zorra ofrecida y los chicos como si fuera un pedazo de carne sobre el que tenían derechos... Cada vez que recordaba lo que había ocurrido con Trevor el estómago se ponía del revés al suponer lo que podría haber ocurrido si no hubieran aparecido Jackson y Carson... ¡Agh! Incluso cuando me había arruinado la vida tenía cosas que agradecerle.

¿Hasta cuándo seguirían con todo este asunto? ¿Que tenía de malo disfrutar de algunos placeres? Me cabreaba que algunos de los que se reían de mí descaradamente tal vez hubieran hecho cosas mucho peores que lo que yo había hecho. Pero a mí..., a mí no se me permitía cometer fallos.

«¿Por qué la vida es tan injusta?»

El chirrido de la puerta interrumpió mis pensamientos. Levantamos la cabeza hacia el causante de la interrupción, incluso el señor Bentley, para ver medio cuerpo del director Scott asomarse.

Barrió el aula con la mirada, hasta que sus ojos recayeron sobre mí.

—Señorita Baker, señor Diedrichs, necesito que me acompañen a mi despacho, por favor —dijo sin pizca de broma.

Mi corazón dio un vuelco mortal y las palmas de las manos comenzaron a sudarme, lo que me obligó a pasármelas por la tela de la falda. Por instinto, mis ojos buscaron a Carson al fondo de la clase. Tenía la mandíbula tensa y la apatía se reflejó en su rostro cuando su mirada recayó sobre la mía.

Quise llorar cuando un coro de «Uhhh» se escuchó en el aula al Carson levantarse y colgarse la mochila al hombro. Volvió a mirarme mientras cogía mi mochila con manos temblorosas.

—Parece que la perrita está metida en problemas —canturreó Camilla a mi espalda, haciendo que su compañera se riera.

Ni siquiera me di la vuelta para contestarle, ya no merecía la pena. Sin embargo, para Carson pareció ser la gota que colmó el vaso cuando golpeó a palma abierta el pupitre de Camilla, haciendo que todos lo mirásemos en cuanto se inclinó sobre ella y la miró tan amenazante que incluso yo sentí miedo.

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