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HARPER

"Después de la primera mentira, toda
la verdad se convierte en duda."



Apreté la bolsa de la compra contra mi pecho para que no se me cayera. Me sentía mejor, estaba poniendo de mi parte y tomando los medicamentos que el doctor me había recetado. Decidí que quedarme encerrada en mi habitación no era lo más sano para mi salud mental. Tenía que hacer algo para no volverme loca, por eso cuando la tía Ethel mencionó que había que ir a hacer la compra me ofrecí voluntaria, ya que caminar un poco me sentaría bien para despejarme.

El viento fresco batió mi cola de caballo, poniéndome los pelos de punta. Supuse que con el embarazo mi temperatura sería más elevada, por lo que no quise ir cargada de prendas y escogí algo ligero.

Me detuve para descansar y reacomodé la bolsa, ya me quedaba poco para llegar al apartamento. Aunque me sentía mejor aún me faltaban las fuerzas y el viaje me había agotado, pero había valido la pena para despejarme un poco y salir del tedio.

Iba a continuar mi camino, pero un Mercedes negro aparcó en la orilla. Apreté los dientes al pensar que podría tratarse de Carson, pero la ventanilla trasera se bajó poco a poco, dejándome ver el rostro no de Carson, si no de su padre. Mi ceño se frunció. Iba impecablemente vestido con traje y corbata, una barba de un par de días y el cabello negro desordenado de forma natural.

Me miró a través de las Ray-Ban negras y esbozó una sonrisa ensayada.

—Harper, es un placer volver a verte —dijo a modo de saludo—. ¿Qué te parece si subes al coche y charlamos un poco? —pidió en tono condescendiente, pero que en mi cabeza sonó como una orden.

—No tengo nada que hablar con usted —le respondí con sequedad, disponiéndome a seguir mi camino.

—Solo quiero ayudarte, como quise hacerlo con esa chica —agregó, fingiendo reflexionar. Me paralicé y el aire se me quedó atascado en los pulmones—. No soy capaz de recordar...

—¿Savannah? —Su nombre escapó de mis labios inmediatamente y mi estómago se apretó un poco.

—Sí, esa misma. —Asintió el señor Diedrichs con una débil sonrisa solemne; la misma que solía emplear Carson cuando fingía lástima—. Veo que estás al tanto de la situación. ¿Te lo ha contado Carson? ¿Te contó que la dejó embarazada y después la desechó? Es muy típico de mi hijo, a decir verdad. Pero contigo he llegado a tiempo y quiero ayudarte, así que no seas tan tonta como Savannah y haz lo mejor para ti y tu prometedor futuro. Acepta la ayuda que te estamos brindando, después de todo ese niño lleva nuestra sangre y tenemos tanto derecho sobre él como tú —convino con seguridad y tranquilidad en su expresión—. Anda, entra en el coche y hablemos sobre el tema —repitió.

Lo pensé, de verdad que me planteé ni siquiera escucharlo, pero tenía curiosidad por lo que el señor Diedrichs quería proponerme, aunque estaba segura de que no llegaríamos a ninguna clase de acuerdo. Exhalé un débil suspiro y contemplé el edificio de la tía Ethel en la distancia. Cerré los ojos antes de suspirar y dirigirme al otro lado del coche, cogí la manija y abrí la puerta para dejarme caer en el asiento.

Con un hueco de por medio estaba sentando el señor Diedrichs con su porte seguro e intimidante y su sonrisa arrogante y cruel; el ambiente estaba cargado de una sutil desconfianza ante las expectativas. El chófer había salido para darnos privacidad mientras fumaba un cigarrillo.

El silencio fue incómodo hasta que el señor Diedrichs se quitó las gafas, dejando a la vista su atractivo rostro maduro y unos ojos grises fríos y peligrosos.

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