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HARPER

"Cuando te enamores debes siempre
recordar que todo cuento tiene
su principio y su final."



—Menuda casa —silbó la tía Ethel tras aparcar, mirando por mi lado de la ventanilla con interés.

Sí, yo también estaba bastante impresionada, pero era la dirección que había mandado Mackenzie por el grupo que habíamos creado para hacer el trabajo de Historia: el dieciséis de Boltons Street. No sabía por qué debería estar sorprendida de que viviera en una de las urbanizaciones más ricas de Londres.

Me encogí de hombros sin darle más importancia. Guardé el móvil en el bolso y me acerqué para darle un beso de despedida en la mejilla a Ethel.

La tía Ethel me sonrió de forma risueña y me despidió con un gesto de la mano.

—¿A qué hora quieres que venga a recogerte? —preguntó desde la ventanilla cuando me bajé del coche.

—No hace falta que vengas: iré con Addy al centro para mirar vestidos —respondí con una pequeña sonrisa.

Ella asintió y me dedicó una última sonrisa.

—Si surge algo... o vuelves a encontrarte mal, no dudes en llamarme, ¿de acuerdo? — lanzó mirándome con aquella expresión de mamá preocupada que sabía que ocultabas algo.

Aun así, el dolor que sentía estaba en mi alma, no en mi cuerpo.

—Está bien —sonreí.

La despedí de nuevo con un gesto de la mano, fui hacia la mansión y piqué cuando vi el viejo coche de la tía Ethel desaparecer por la calle semidesierta. Mientras esperaba no pude evitar admirar a mi alrededor: hileras de elegantes y enormes mansiones blancas que contrastaban con los cielos grises.

Segundos después la puerta se abrió, dando paso a una elegante casa de estilo moderno, pero que no perdía el toque clásico que combinaba con el resto de las casas que había en los alrededores.

Guao, Mackenzie sí que debía tener dinero.

Tom, Mack y yo estábamos sentados en el suelo del salón familiar frente a una mesa de estilo oriental, de colores azul marino y grises. Además, olía a incienso de canela; se respiraba un aire de paz que últimamente no había logrado encontrar.

Tom repiqueteaba el lápiz sobre la mesa, causando un sonido irritante. Al final, cansada e irritada, fue Mackenzie quien se lo quitó, lanzándolo al otro lado.

—¡Oye! —se quejó Tom arrugando el ceño a la vez que se irguió.

—Ibas a volverme loca y era arrancarte el lápiz o la cabeza —le espetó Mack lanzándole una mirada de exasperación.

Tom puso los ojos en blanco, aunque una tímida sonrisa se formó en sus labios cuando se dio cuenta de que tenía la atención de Mackenzie.

—Pero no hacía falta la violencia. —Volvió a quejarse poniéndose de pie para recoger el lápiz.

Su dinámica era muy extraña, Mackenzie se comportaba con él como si lo detestara, aunque era evidente que le gustaba. Lo percibía en el modo que sonreía cuando creía que no prestábamos atención. Y qué decir de Thomas, tan dulce como una golosina, capaz de hablar de Star Wars hasta por los codos al sentirse en confianza.

A pesar de que Mackenzie fingía no soportarlo, le gustaba oírlo hablar de sus frikadas, como había apodado a las particulares aficiones de Tom. Además, ambos compartían la pasión por la música: ella los clásicos y él por el pop de los noventa.

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