"El deseo puede ocultarse para no lastimar a los demás. La pasión puede ser silenciada para no dañar a las personas que amas. Incluso, el más poderoso de los sentimientos, podría llegar a ser reprimido por mucho tiempo. Pero una simple caricia tuya...
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El pequeño Ubbe correteo con el curioso hongo en su mano. Floki le había pedido que se lo alcance a una persona y se lo de para que lo probara, pero le prohibió, de manera rotunda, que algún día confiese quién se lo había dado.
La ternura e inocencia del niño resaltaban en su personalidad pura e inofensiva. Desconocía la maldad del mundo, la ambición del hombre y la envidia y celos que podían llegar a enloquecer a un humano. Caminó con velocidad hasta llegar a Liz, quien mantenía a Seren durmiendo en sus brazos, mientras Aslaug, a su lado, charlaba animadamente con la esposa de Horik, ausente de la escena que ocurría justo a su lado.
El niño extendió la hierba a su niñera, quien lo miró con su celo fruncido. — ¿Qué es esto, Ubbe? — preguntó mientras lo tomaba y lo olía.
Olía bien, no parecía ser nada malo.
El Ragnarsson sonrió y escapó del lugar, dándole a entender a la muchacha que solo era un simple hongo, de esos que condimentaban las comidas que solía hacer. Lo llevó a su boca y le dió un bocado, sintiendo en su lengua y paladar, lo suave y esponjoso que era. Terminó de comerlo casi por completo, cuando su vista se comenzó a nublar. Sus extremidades se aflojaron tanto, que Seren casi cae de sus brazos.
— Aslaug...— emitió con un hilo de su voz, sintiéndose casi desvanecida.
La condesa giró y se alertó al ver lo pálida que la muchacha se había puesto. Notó como los brazos de Liz se debilitaban, por lo que tomó a Seren con sus propias manos, mientras observaba espantada la rareza de Elizabeth. — Elizabeth, ¿qué sucede? ¿Qué te pasa?
La pequeña Ragnardottir abrió apenas sus azulados ojos cuando pasó a manos de la condesa pero sin despertarse, mientras que Liz se debilitaba con cada segundo que pasaba. Sin tiempo a nada, la ex esclava cayó al suelo frío con sus ojos cerrados y lo que restaba del hongo en su mano.
— ¡La envenenaron! — gritó con espanto la völva, llamando la atención de todo el gran salón.
Prácticamente todos los presentes comenzaron a acercarse, formando un círculo alrededor de la cristiana desvanecida. Bjorn apareció de golpe y se arrodilló a un lado de Liz, acercó su cuerpo al de la mujer y tragó saliva — No la escuchó respirar...
Empujando a uno, dos, tres, cuatro hombres, Ragnar apareció en escena con sus ojos abiertos a más no poder. Miraba con pánico a esa tierna mujer que él amaba sin dejos de vida desparramada por el suelo.
— ¡Llamen a Siv! — gritó a todo pulmón, con su voz rompiendo su garganta — ¡Llamen a la curandera!
— ¿Quién mierda fue capaz de hacer esto? — escupió Torstein quien, con temor y angustia, intentaba ver si el pecho de Elizabeth aún se movía en alguna débil muestra de vida.