Primer año 1

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Alya Black, hija de Bellatrix Lestrange, aunque como se puede ver en mi apellido, no soy hija de su marido Rodolphus Lestrange, prefirió darme su apellido de soltera y que todo el mundo supiera que era fruto de si adulterio antes de mentir sobre la identidad de mi padre, aunque tampoco es que se sepa quien es el verdadero. Por lo que tenía entendido, se casó con Rodolphus simplemente porque era de sangre pura y pertenecía a una buena familia, nada que ver con el amor.

Después de la Primera Guerra Mágica mi madre fue capturada, juzgada por sus crímenes junto al Señor Tenebroso y encerrada en Azkaban. Es por eso por lo que desde que tengo un año mi tía Narcissa Malfoy se ha encargado de criarme. He crecido junto a mi primo Draco como si fuésemos hermanos, donde iba uno estaba el otro, siempre había sido así.

- ¿En qué piensas, cariño? – mi tía me miro a través del espejo mientras cepillaba mi largo y lacio cabello del mismo color que el carbón.

- En nada. – murmuré. – Es solo que estoy emocionada por ir a Hogwarts. – me sonrió a través del espejo. - ¿Crees qué salga seleccionada en Slytherin? – un mechón de cabello se deslizó entre sus dedos.

Nadie en casa se había cuestionado que fuésemos a otra casa que no fuese Slytherin, ha sido así con todos los Black, o al menos con los que nombramos. Draco no tenía ninguna duda de que ese sería su destino, pero yo no he podido evitar que esa pregunta ronde por mi cabeza, no quiero ser la oveja negra de la familia. Debo admitir que no me gustaría acabar en otra casa, pero tampoco montaría un gran drama si así fuese, lo asumiría y seguiría con mi vida, no creo que mi familia pudiese hacer eso. De todas formas, no quiero decepcionar a nadie.

- Claro que sí. – me acarició la mejilla. – Recuerda que eres una Black, todos hemos ido a Slytherin, y tú no vas a ser menos. – le sonreí como respuesta. – Te esperaremos abajo, no tardes. – dejó un beso sobre mi cabeza y se fue.

Observé cada uno de sus pasos hasta que salió de la habitación. Me encantaría poder llamarla "mamá", Draco no sabía la suerte que tenía de que ella fuese su madre, yo ni si quiera recordaba a la mía. Todo lo que sabía sobre ella es que nada le importaba más que el Señor Tenebroso, ni si quiera yo.

Abrí las puertas del armario y observe la ropa por unos instantes, no se veía más que negro, gris, blanco y algo de marrón. Cuando terminé de vestirme, bajé corriendo hacia la entrada, donde ya estaban los Malfoy perfectamente preparados para irnos al callejón Diagon para terminar de comprar todo lo que Draco y yo necesitábamos para nuestro primer año escolar.

- Te he dicho miles de veces que no corras dentro de la casa. – sentí la fría mirada de mi tío, Lucius Malfoy, sobre mí.

- Perdón tío. – respondí despreocupada. Lucius colocó una mano en mi espalda y me empujó levemente para que comenzase a andar.

Al llegar al callejón Diagon, sacamos la lista que nos habían enviado desde Hogwarts con todas las cosas que necesitaríamos.

Mis tíos se ocuparon de comprar todos los libros y demás cosas mientras Draco y yo íbamos a por nuestros uniformes.

Después de probárnoslo, una de las dependientas de la tienda comenzó a hacerle algunos arreglos a la capa de Draco. La campanilla de la puerta sonó mostrando a un chico de cabello negro y gafas.

Mientras una de las trabajadoras buscaba su uniforme en la trastienda, él se sentó en uno de los sillones al lado de en el yo estaba. Draco le vio a través del espejo, y sin preocuparse en si se estaba moviendo demasiado dificultando la tarea la pobre mujer que resoplaba mientras le cogía el bajo. Comenzó a hablarle sobre quidditch y las cuatro casas de Hogwarts, pero por la cara que tenía no estaba entendiendo nada, lo que significaba que era un hijo de muggles. En cuanto la mujer salió con su uniforme, lo tomó y salió corriendo de la tienda.

- Lo has asustado. – reí. – Ha huido de aquí en cuanto ha podido.

- Tonterías. – el rubio negó.

Pagaron sus uniformes y Draco me tomó de la mano y tiró de mi hacia Ollivanders. El rubio corría sin cuidado por la calle mientras yo solo movía las piernas tras él por inercia, mis pensamientos se habían quedado en aquel chico que entró en la tienda, había sentido una sensación extraña cuando nuestros ojos se encontraron.

Cuando llegamos a Ollivanders, Narcissa y Lucius estaban en la puerta esperándonos. Al entrar en la vieja tienda, no pude evitar quedarme embobada observándola, la varita es el objeto más preciado para una bruja, y estoy a punto de conseguir la mía propia.

- Bienvenidos, jóvenes. – el señor Ollivander nos saludó alegremente. – Veamos, ¿quién va a ser el primero en conseguir su varita?

Como era de esperarse, Draco se adelantó antes de que pudiese si quiera decir una palabra. Probó con tres varitas distintas antes de encontrar la adecuada, una varita de madera de espino, de veinticinco centímetros de largo y núcleo de pelo de unicornio.

Cuando llego mi momento, probé con hasta cinco varitas hasta que por fin encontré la indicada, o más bien ella me encontró a mí. Madera de abeto, de veintiocho centímetros de largo y con núcleo de pluma de fénix, estaba totalmente fascinada con ella. 


Ya estábamos en el andén 9 3/4, despidiéndonos de Narcissa y el señor Malfoy. Sonó el último aviso para que los pasajeros entrasen al tren. Draco se separó de se madre para ir a abrazar a su padre.

Di un pasó tímido hacia Narcissa, que se agachó a mi altura y me dio un pequeño abrazo. Al separarnos, me miró durante unos instantes, peino ligeramente mi flequillo con sus delgados dedos.

- Estoy orgullosa de ti. – me sonrió. Volvió a su altura y pasándose el dorso de su mano por los ojos con disimulo, nos miró a los dos por última vez. – Venga niños, subid ya, el tren está a punto de salir.

Esta vez fui yo quien tomó la mano de Draco y lo alejé de sus padres. Entramos en uno de los compartimentos que encontramos vacíos, aunque a los cinco minutos entraron Crabbe y Goyle, unos amigos, más bien, solo amigos de Draco.

- Hemos escuchado que Harry Potter está en el tren.- dijo Goyle ansioso.

Draco se levantó de su asiento inmediatamente.

- Vamos a buscarlo. – Salió corriendo del compartimento, y sus dos amigos tras suya. Por mi parte, me acomodé mejor en el asiento. - ¿Qué haces ahí parada?

- No me interesa en lo absoluto Harry Potter. – levanté los hombros. – Ya lo veremos en Hogwarts.

Ninguno le tomó demasiada importancia, y los tres salieron emocionados. No entiendo por qué estaban tan empeñados en ser sus amigos, por su culpa mi madre estaba encerrada.


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