#Día veinte; Corazón. { Wigetta }

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Avergonzado, no había mejor palabra para denominar a Guillermo Díaz en esos momentos. No tenía ni idea de a qué horas la idea de invitar a su novio a casa para navidad le había pasado por la mente. Todo estaba perfectamente bien, todo iba de maravilla hasta que su madre encontró –mientras buscaba un nuevo mantel– fotos viejas suyas de niño. De gordo, panzón y feo niño.

La mujer mayor se encontraba de lo más entretenida hablando con Samuel en el bife de la sala mientras le pasaba una a una las fotos que le hacían querer morir de vergüenza. Y al otro lado de la sala estaba Carol, totalmente muerta de la risa como para empeorar su situación. Si algo era cierto decir, y lo decía su madre, es que era una bolita de grasa “preciosa” a la edad de los cinco años. Aunque de precioso él no se veía absolutamente nada. Su padre, que a todo esto había estado en la cocina terminando los detalles de cena, salió y remató con sus risas el poco autoestima que tenía hasta entonces.

Morir. Guillermo deseaba morir o hacerse nada en el sofá de la sala.

— Guille, ayúdame con los cubiertos —pidió su padre.

Para colmo ahora tenía que dejarlos solos a los dos en la sala; a su madre con fotos –de a saber Dios qué– en la mano, y a su risueño novio que foto a tras foto dejaba ver más de su blanca dentadura. Se cagaba en todo lo cagable. Resignado tuvo que acompañar al hombre mayor hasta la cocina, donde sin intentar pensar mucho sobre lo que ocurría en la sala, sacó de las gavetas todo lo necesario para comenzar a acomodar la mesa para la cena.

Evitó todas y cada una de las miradas de Samuel a cada que iba a la sala de dejar las cosas allí. Incluso cuando su madre le llamó para que fuera a ver cierta foto le ignoro rotundamente, no iba a detenerse si antes de su nombre había escuchado la palabra “desnudo”. Al parecer la suerte no estaba de su lado.

— Deja la cara larga —le escuchó esta vez a su hermana menor mientras terminaba de colocar los cubiertos.

— Tú no tienes que soportar tus fotos de hace años en manos de tu pareja. —masculló en respuesta haciendo a la pequeña soltar una estruendosa risa.

Seguido de esto pasó a la vacía cocina solo para tomar algo de aire. No, definitivamente no tenía la valentía para afrontar las viejas fotos que su madre aun guardaba. Ni siquiera a él le gustaba verlas, pero ahora las había visto hasta Samuel. Fue en un dos por tres, mientras se encontraba apoyado al mesón de espaldas a la puerta, que sintió un par de brazos rodeándole la cintura. Suspiró. Ya sabía exactamente de quien se trataba, o mejor, de quien no tenía escapatoria.

— ¿Qué pasa? —preguntó el mayor de los presentes. Aquel tono de voz sonaba falso, era obvio adivinar que solo fingía inocencia.

— Te odio. —respondió sin verlo, con un tono de reproche y tristeza que había causado que las ganas que Samuel tenía de abrazarlo se hicieran más grandes.

— Corazón, no entiendo qué te molesta.

Silencio, un suspiro y un par de risas. Eso más los alaridos felices de Carol pidiendo ser quien repartiera el postre al final de la cena. Guillermo no entendía como siempre terminaba sucumbiendo ante Samuel. Lo peor, al menos en este caso, es que el mayor no había tenido que decir ni la más mínima palabra para ablandarlo. Solo un abrazo. El abrazó más el besito que terminó plantando en su mejilla antes de separarse y tomarle de la mano. Una vez frente a frente su cabeza estaba baja, perdiéndose en algún punto del piso más entretenido que la sonrisa radiante de su novio. No fue sino hasta que las manos de Samuel se posaron en sus mejillas para alzar su mirada, y de paso robarle un beso, que le miro a los ojos.

— Eras, eres y serás, la cosa más mona que he visto en toda mi vida. Y te ves súper adorable gordito.

Y como si con sus palabras no hubiera tenido suficiente para que sus mejillas estuvieran rojas a más no poder, lo tenía apretando de sus mejillas mientras hablaba. Idiota, Samuel era simplemente idiota y adorable por ser tan tierno a niveles casi exagerados. Si seguridad en sí mismo era lo que necesitaba, siempre estaba la hermosa voz de su pareja animándole. Sonrió por un instante, más que todo por inercia cuando volvió a abrazarle y le invitó a ir a la cena. Después de todo, la cena solo comenzaba.

Challenge de escritura. { Youtubers }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora