#Día quince; Libro. { Wigetta }

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Guillermo cabeceaba una y otra vez de brazos cruzados sentado en el último vagón del subterráneo, en uno de los asientos laterales del medio. En cada estación, sus parpados pesaban un poco más, cada segundo que pasaba sentía que su cuerpo perdía el equilibrio, se despertaba a ratos tratando de erguirse y limpiar los inexistentes rastros de saliva que suponía quedarían en las comisuras de sus labios por haberme quedado dormido; pero era cuestión de segundos para que volviera al mismo estado. Cabeceando, cerrando los parpados, sin darse cuenta de que el vagón cada vez quedaba más vacío y que una a una las estaciones pasaban alejándolo de su destino.

Consecuencia número uno de quedarse hasta tarde en la universidad; dormirse en el metro y perder su parada. Su hogar había quedado atrás hacía ya mucho tiempo, pero ahí seguía igual de adormilado sin siquiera prestar atención a lo que pasaba a su alrededor. El castaño bostezó al aire cuando las puertas del vagón se abrieron de par en par y no fue sino hasta que escuchó el timbre agudo del subterráneo, seguido de una voz femenina y metálica avisando que el metro había llegado a la estación final, que se sobre saltó por completo.

No fue sino hasta entonces que alzó la cabeza mirando hacia los lados, eran contadas las personas que salían de la cabina, mientras que él mira confundido hacía todas partes. Trataba de averiguar dónde estaba, qué había pasado y lo peor, qué haría ahora que estaba en un lugar desconocido. Se puso de pie con torpeza, y con pasos inseguros salió el vagón hasta quedar en medio del pasillo.

Ni idea de donde estaba.

Caminó entre la gente buscando por lo menos un aviso con el nombre, o algo similar, que le ayudara a ubicarse un poco mejor en la terminal de transportes. Y por tonto, distraído y andar dormido, terminó chocándose una de las personas que intentaba ir en un camino contrario al suyo.

Consecuencia número dos de quedarse hasta tarde en la universidad; joderse la noche él mismo y joderle la noche a alguien más con alguna de sus tonterías sin sentido. En este caso, por la gran hostia que se había pegado con el pobre muchacho en frente suyo.

— ¡Perdón, perdón!

La rapidez de sus palabras y la tontería del momento causaron risas en aquel personaje que hasta el momento ni tiempo había tomado en determinar. Alzó su vista solo para volver a bajarla cuando el joven muchacho se agachó para tomar algo del piso. Guillermo se sintió idiota, más cuando sus mejillas comenzaron a tornarse con más temperatura de lo normal. Estaba sonrojado, lo sabía.

— No pasa nada. —respondió el otro. Entonces pudo al fin verlo perfectamente. Dios, comenzaba a preguntarse dónde conseguir uno de esos para llevar a casa.

Estaba de más anotar que la sonrisa del contrario era hermosa, o que su voz le revolvía el estomago de una manera quizás muy poco normal. Nada estaba siendo precisamente normal en esos momentos. Cuando al fin la persona delante suyo estuvo totalmente de pie pudo ver lo que traía en sus brazos; un libro, un simple libro del autor William Thomas Tucker que parecía cuidar como si de un tesoro se tratase.

— Perdón… —volvió a murmurar el pequeño, siendo ligeramente idiota gracias a las pausas que se había tomado para pronunciar una única palabra.

— Te digo que no pasa nada —repitió el ajeno. Y acto seguido, de un segundo a otro, Guillermo sintió como su cabello era despeinado y la imagen del chico se borró por completo de su margen visual.

Pena, vergüenza, absolutamente idiota. Cualquiera palabra era perfecta para describir algo como lo que acababa de ocurrir. Intento respirar profundo, tenía aun que encontrar dónde coño estaba para poder tomar un tren nuevo. Aunque, al intentar retomar su camino, uno de sus pies logró resbalarse hasta el punto de casi caer al piso. Al bajar la mirada encontró un patelillo similar a lo que ser a una identificación universitaria. Y en efecto, lo era.

— Samuel… —ya en el piso, con tal objeto en sus manos, reconoció al chico en ella. Quizás él no era el único despistado, porque el chico de la tarjeta –alias el sujeto de la sonrisa bonita– parecía ser igual.

Número de teléfono, nombre completo y el nombre de la universidad. Eso y la firma del préstamo del libro que seguramente necesitaría en un tiempo cuando deseara entregarlo a la biblioteca. Consecuencia número tres de quedarse hasta tarde en la universidad; conocer a un muchacho atractivo y conseguir su número de teléfono aun siendo un idiota. No parecía ser un mal día después de todo.

Challenge de escritura. { Youtubers }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora