#Día veintisiete; Perfume. { Wigetta }

468 50 1
                                    

La soledad siempre es adorada por todo personaje herido en batalla. Tranquilidad, paz y una pizca de dolor oculta en el corazón son los ingredientes perfectos para una tarde lluviosa. La lluvia siempre había significado tristeza, incluso el día en que su madre murió llovió. Cuando su padre se fue de la casa y le dio la espalda también llovió. El cielo siempre sabía cuándo su ánimo estaba por la mierda, entonces llovía. Lluvias suaves, ligeras como el canto de los pájaros al amanecer. Totalmente agradable, como si desearan ser un arrullo suave que calmara el dolor.

A diferencia de las muchas otras veces que había llovido no estaba en casa, no tenía un café caliente en la mano y lágrimas en los ojos. Dolía, demasiado tal vez, pero aun quería ser fuerte. La música clásica que solía colocar cuando llovía era reemplazada por el ligero ruido de la tormenta. Ya no era una lluvia suave, ahora en verdad llovía con ganas. Sin embargo, a pesar de que su cuerpo ya estaba empapado por la lluvia, no se iría. Su paso se arrimaba lento a su destino. Quería escapar, pero al mismo tiempo quería ir a verlo. No había tomado un tren de más de tres horas solo para nada.

El nombre de padre estaba escrito en aquella lapida delante suyo. Traía además su fecha de nacimiento, más la fecha de hacía solo unos días atrás. A diferencia en las otras tumbas esta se encontraba limpia. Recién enterrado, era obvio que nada le decorara. Ni siquiera flores, ni siquiera una foto o algo similar. "Un gran esposo, una gran padre" se leía en cursiva más abajo de las fechas. Un suspiró salió de sus labios inconscientemente; dolido. No había sido el mejor padre del mundo, incluso aun podía recordar la mano de su padre estampada en su mejilla la última vez que lo vio con vida. Y si volvía a su infancia las cosas no cambiaban para mejor.

— Lamento no haber traído flores. —murmuró.

Recordar los dolores de su infancia y el odio que en su tiempo llego a sentir por ese hombre que descansaba bajo la tierra no era algo que deseara hacer mientras la lluvia lo empapaba más y las lágrimas se amontonaban como viejas curiosas en sus ojos. Lo quiso, en algún tiempo entre tanto dolor y golpes su padre fue importante; aunque jamás hubiese sido la imagen paterna adecuada para un hijo.

— Espero que estés con mamá, no vuelvas a ser tan idiota. —habló una vez más.

Su voz se cortó antes de que pudiera seguir y las lágrimas comenzaron a recorrer desesperadas su rostro, perdiéndose así en el pasto y mezclándose con la misma lluvia. Los sollozos no se hicieron esperar tampoco. Si no fuera por el ruido de la lluvia se sentiría ridículo de ser escuchado. Parecía un crio de cinco años, no lucía como el hombre casado que ahora era a sus treinta y siete.

— Mamá siempre creyó en las segundas oportunidades, aunque tú tuviste más de una. —sonrió amargo tragando grueso antes de seguir— Quizás te de otra allá arriba, no la vuelvas a lastimar.

Las palabras siguieron saliendo por sus labios mientras miles de imágenes mentales se reproducían por su mente. Recordaba perfectamente a su madre llorando cuando él llegaba tomado a casa, cuando simplemente le escupía en la cara palabras feas mientras ella lo resguardaba a él detrás suyo. Ningún niño en su vida debería ver a su madre llorar, de eso estaba seguro. Eran heridas que creía cerradas hasta ese día, o días atrás cuando le dieron la noticia de que su padre había muerto a causa de un accidente a sus sesenta y tres años. Había pasado tanto tiempo, años, muchos años. Al cumplir los veintitrés dejó la casa, si su madre ya no estaba ahí no tenía razones para seguir bajo el techo de la casa que algún día llevo el nombre de "La familia Diaz". Desde entonces la comunicación con su padre fue nula. Hizo su vida, conoció a alguien especial y finalmente se casó. Estudió la carrera que quería, hizo de su vida el paraíso que jamás le fue brindado en el infierno que tenía como hogar. Y después de tantas noches llorando cuando joven, deseando morir o suicidarse, fue feliz. La espera valió la pena, no desearía cambiar nada ahora.

— Nunca te dije que te quería, y lo siento. —masculló como pudo entre tanto llanto desesperado, ahogando casi al hacerlo. De verdad dolía, aunque nunca habían sido demasiado cercanos— Siempre intente simpatizarte. Mi mayor sueño era escuchar que estabas orgulloso de mi, papi.

Aspiro, una, dos tres veces. Sin pensarlo sonrió. Nunca le gusto el futbol, lo odiaba, pero lo practico por varios años en su infancia esperando que así su padre le quisiera. Sin embargo, jamás fue a un solo partido aun cuando era el mejor del equipo. A los diez se interesó en los comics, aunque no le gustaban los superhéroes, solo porque aquel hombre era un coleccionista de mi primera. A los dieciocho se compró una moto, solo porque en la repisa de su padre reposaban miles de motos a escala que cuidaba siempre con amor y cariño. Nunca tuvo nada de ese amor y cariño, solo gritos y varios golpes.

— No entiendo en qué falle, pero está bien. Soy muy feliz ahora —sus manos recorrieron en pasto húmedo en el que yacía sentado desde minutos atrás con nostalgia—, Lily siempre pregunto por ti. Ella quería conocerte, aunque sé que tu no a ella. Es tu nieta, aunque no la quieras.

No tenía idea de cuánto llevaba ahí sentado ya, ni de cuánto tiempo tenía llorando como un crio. Muchos menos sabía en qué momento la lluvia había incrementado más como el dolor en su corazón. Quería café. Su cuerpo adulto se encontraba hecho casi una perfecta bolita enfrente de la tumba de su padre, en medio de un pastizal gigante en el cual deberían descansar miles de cuerpo de personas fallecidas, mientras la noche caía. Dolor y un deje amargo en sus labios, quizás gracias al cigarrillo que había fumado afuera del auto para tomar valentía de entrar a ese lugar y ver con sus propios ojos lo obvio. Aquel hombre que le hizo la vida trizas desde que tenía razón ya no estaba, pero lo extrañaba. No extrañaba sus gritos y humillaciones, solo deseó demasiado un te quiero de su parte que ya nunca podría tener.

"Vas a resfriar mañana" escuchó a sus espaldas de cierta voz familiar y asintió levemente. No tenía idea de qué hacia allí o cómo había llegado, tampoco le importaba. De pronto la lluvia dejó de caer sobre si aunque no había cesado. Alzó la mirada para encontrar la sonrisa tranquila de su pareja y el paraguas que este mismo sostenía para que no siguiera mojándose –si es que podía estar aún más mojado–. Samuel parecía mirarlo como si fuera un canino recién nacido y herido, pero estaba seguro de que no era lastima. Pronto tomó la mano que este le brindaba y se puso de pie. Temblando un tanto por el frío que hasta ahora lograba sentir. Quizás había pasado más de una hora bajo la lluvia.

— Ven, vamos al auto. —le escuchó decir al mayor con voz tranquila mientras era rodeado por uno de sus brazos. El calor y el perfume de este invadieron sus sentidos de inmediato, ya estaba en su hogar.

No hubo una charla siguiente a esto, solo una pregunta curiosa sobre Lily y la respuesta simple de "la deje en casa de Carol". Para cuando llegaron a casa de la única persona nombrada en el auto la noche ya había caído en su totalidad. Su hermana menor intento recibirle con un abrazo, pero al verlo escurriendo agua en su sala soló ganó un grito molesto de la misma, más regaños sobre su salud y el poco cuidado que siempre se daba. Su pequeña Lily miraba divertida el cómo su tía le regañaba y negaba también con la cabeza cada vez que esta lo hacía. Realmente se parecía a su hermana. Tras un baño con agua caliente, cortesía de la ducha de Carol, tuvo su café caliente y un beso de parte de Samuel que –aunque no usara palabras– le hacía entender que todo estaría bien.

Claro que todo iba a estar bien, ahora lo tenía a él. Tenía a su hija, tenía a su hermana menor y a dos ángeles que solían ser sus padres cuidándolo desde el cielo. Ya no estaba lloviendo afuera, cosa que hizo soltar comentarios sarcásticos a la dueña de la casa que tenía mucha ropa por colgar desde la mañana.

— La tía obligó a papá a colgar la ropa con ella —la voz de Lily lo saco de sus pensamientos inmediatamente. Entonces sonrió a la niña.

— Ya era hora de que hiciera algo —bromeó aun cuando Samuel era quien hacía más orden en casa y mantenía todo el departamento que tenían en la otra ciudad impecable.

Seguidamente la pequeña rio con ganas y corrió a refugiarse en sus brazos antes de soltar un "tengo frío". Él no iba a cometer los mismos errores de su familia. Él se encargaría de amar todos los días a su esposo, de amar a su hija hasta el último aliento y –obviamente– de hacerlos felices. Incluso a su hermana aunque esta ya tuviera su propia familia también. No dejaría que nada lo cambiara, no sería tan débil como su madre o tan poco ser humano como el nombre que llamaba papá. Sería diferente, otra historia, una mucho mejor en donde el amor y las risas no podrían ni siquiera ser contadas con números reales.

_____

PD: Esto iba a ser frerard, pero ya que no les gusta pues lo adapté a wigetta. bai.  

Challenge de escritura. { Youtubers }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora