#Día diecinueve; A salvo. { Wigetta }

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A sus veintisiete años tener un trabajo de tiempo completo no era nada divertido, era simplemente una obligación que Samuel tenía que cumplir con su padre. “Estudiaras lo que te diga, trabajaras en la empresa de la familia y así será porque yo lo digo” eran las palabras que le habían condenado a la vida a la que ahora tenía. El estrés, y el poco interés por saber de las facturas de la empresa, lo tenían a un límite de desistir de su trabajo aquella noche. El reloj marcaba la media noche y el cansancio comenzaba a invadir su cuerpo como si se tratase de una droga. Sería mejor volver a casa ya.

Sin siquiera molestarse a hacer algo más que guardar el archivo en el que trabajaba y apagar el computador, tomó su chaqueta y salió de su despacho. La oficina estaba totalmente vacía, y sus únicas palabras de despedida fueron dirigidas al trabajador de turno nocturno que cuidaba la portería de la misma. “Que tenga una buena noche, joven De Luque” palabras sarcásticas para alguien que sabía que llegar a su vacío departamento era lo único bueno que le esperaba. Soledad, quizás una siesta si el insomnio no lo torturaba una vez más, y un día de mierda más cuando el amanecer volviera.

Tomó el primer taxi que encontró por la calle y dejó que este lo llevara a casa, el interés de conducir no le invadía. Con las pocas ganas que presentaba en tales momentos la conciencia le dictaba lo correcto; no manejar para evitar accidentes. Y es que si fuera por él se hundiría en ese mismo instante dentro del abismo de depresión llamado “no sé qué mierda he hecho con mi vida todos estos años”. Un nombre largo si llegaba a pensarlo, pero acertado al momento de comprobarlo.

Para cuando estuvo al frente del lugar que llamaba hogar pagó el taxi y se bajó tras un agradecimiento que el conductor pasó por alto. Suspiró para empezar a caminar hasta la puerta, la abrió con sutileza y entró. Las luces apagadas, el silencio; parecía como la noche más calmada de todas, de esas que ofrecían la oportunidad perfecta para la tristeza, y el consuelo adecuado para el llanto o arrepentimiento. Pensamientos así quedaron atrás cuando sus llaves hicieron ruido al impactar contra la mesita que tenía cerca de la puerta y una voz se hizo escuchar.

 — ¿Sam?

Hubiera creído estar en un sueño si no hubiera sido por la silueta pequeña que lograba apenas distinguir entre la oscuridad de la sala. Estaba estático, aun en la puerta, con la boca semi-abierta y sin poder creer a quien sus ojos veían. Guillermo. Sí, estaba seguro que era Guillermo porque –al menos hasta el momento– no creía estar tan loco como para alucinar tan bien. No lo pensó más, ni siquiera pensó, solo dejó al impulso de querer ir a abrazarlo correr.

Así fue como en un abrir y cerrar de ojos comprobó con sus propias manos que la presencia ajena era real, ninguna imaginación suya. Su pareja estaba ahí; estaba en España, estaba en su casa y, más específicamente, estaba en sus brazos.

— Me estas aplastando —escuchó decir al pequeño.

Sonrió como idiota en el acto, separándose para apreciar al niño que tanto adoraba. No había cambiado casi nada, no era como si en siete meses pudiera cambiar demasiado. El de veintiuno se limitaba a dejar que el mayor le detallara como si fuera la cosa más grandiosa del mundo, sonriendo al tiempo que miles de sentimientos se instauraban en su vientre. Decir que estaba feliz era poco, pero feliz de ver la alegría en el rostro contrario más que todo.

— Dios mío, te extrañé tanto…

Sus palabras habían salido sin pensarlo, sonando claramente sinceras ante ello. Siete putos meses enteros sin tener ni un solo abrazo, algo así era mucho mejor que todas las maravillas del mundo juntas. Volvió a abrazarlo fuerte por la cintura, logrando incluso levantar al menor del piso. Un sentimiento así era increíble, podía llegar a jurar que el corazón se le iba a salir del pecho en ese mismo instante. O que se podría a llorar, si es que ya no lo estaba haciendo. Pronto notó que si lo hacía, efectivamente había terminado sacando la tensión de su cuerpo mediante las lágrimas, pero abrazando a la persona que más amaba en el mundo. A la única que le hacía sentir que todo lo que hacía, y había hecho, valía la pena.

— Cálmate, no es para tanto… —la voz preocupada del menor solo lograba hacer que sintiera más ganas de aferrarse a él, que el llanto creciera y nunca más tuviera deseos de soltarlo.

— Te amo —y como si de una grabadora se tratara, lo repitió un par de veces más hasta que sintió las manos ajenas acariciar su espalda en forma de consuelo.

— Yo también te amo, cariño.

Escuchó una risilla de parte contaría que le arrancó una sonrisa también. Nuevamente se separó para observar al más bajito sin creer aun su estadía en la casa. Era anormal tanta felicidad en un día así. Y al fin, después de que Guillermo hiciera tantas plegarias mentalmente, Samuel se atrevió a besarlo. Meses largos sin hacer algo así, meses deseando como mínimo tenerlo cerca. Obligándose a solo verlo a través de una cámara siempre que tenía tiempo o escuchando su voz apenas en las mañanas.

Solo en ese momento Samuel lograba sentirse a salvo, lograba sentirse completo. Lograba superar lo que sería la infelicidad de sus días. No le importaba si dentro de unos días más tenía que volver a despedirse de él, dejarlo irse a estudiar al país extranjero mientras su vida continuaba rutinaria en España, su momento era ese. Su noche era esa. Su felicidad era ese chico seis años menor que él. 

Challenge de escritura. { Youtubers }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora