Capítulo 28

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I

Luego de haber comido algo y acondicionado una de las salas, el silencio se había instaurado en el olvidado edificio. La respiración de ambas chicas era lo único que percibía, las que estaban profundas y acompasadas al estar en un sueño insoldable. Con la puerta trancada y los horribles momentos que habíamos pasado, era normal que se dieran un descanso de todo el infierno que nos rodeaba.

Yo no lograba dormir. Desde que habíamos tomado la decisión de partir al hospital lo antes posible, había recordado por qué había llegado hasta ese pueblo: Maya. Después del breve encuentro en la casa de Vera, no nos habíamos vuelto a ver y sólo me había permitido pensar en momentos donde perdía el control, los que se habían teñido por la muerte.

Me removí inquieto en el montón de mantas apiladas en el suelo, las que servían de cama improvisada. Yo dormía solo y las chicas juntas un par de metros más allá, a petición de la desconfianza de Hazel. Creía que terminaría ahorcando a Vera durante la noche y, al estar molesta conmigo, esta última no se había negado. Debería de haberme sentido ofendido, pero en realidad no era algo en lo que hubiera pensado más de un segundo. Era en Maya en quien no podía dejar de pensar. Desde que había abierto la puerta al monstruo, y su recuerdo había vuelto a mí, este tenía una sed aumentada por probar su sufrimiento.

Volví a removerme y terminé por sentarme apoyado en una de mis rodillas. Miré como ambas chicas dormían, con la lengua atrapada entre mis muelas. Sería tan fácil acabar con ellas en completo silencio e irme hacia el hospital, pero debía recordar que las necesitaba para poder continuar. Fue con esa idea que me di cuenta de lo oscuro que se habían vuelto mis pensamientos. No me molestaba, ya que los lograba controlar, pero se notaba la influencia que había tenido el pueblo sobre mi cabeza. Sin embargo, mientras ellas no lo sospecharan, todo saldría bien.

Levanté mi cuerpo del suelo y fui hasta las ventanas. Desde allí, se lograba ver la entrada del colegio y la calle, donde un par de criaturas deambulaban en la densa niebla. No lograba ver más que sus retorcidas siluetas avanzando a trompicones y la oscuridad de la noche tampoco ayudaba, pero era suficiente para saber que habíamos tomado una buena decisión de esperar antes de salir de allí.

Un movimiento de mantas me alertó y Hazel se incorporó en su sitio, frotando sus ojos. Su brazo ya estaba casi del todo curado, lo que seguía sorprendiéndome. La regeneración en ese lugar era muy acelerada, aunque no pudiera decir lo mismo de la lesión en mi pie. Por lo menos las heridas ya habían cerrado.

Hazel avanzó hasta donde yo estaba y se paró a mi lado, cubriendo su cuerpo del frío del pueblo. Miró hacia donde yo lo había estado haciendo y luego a mí, apoyando su cuerpo contra el concreto que separaba las ventanas entre sí. Aún no estaba del todo despierta y eso se hacía notar en sus caídos parpados.

Parado ahí, observándola con detenimiento, me pregunté cómo habría sido antes de que el castigo hubiera hecho mella en su piel. Se suponía que lo supiera, pero el pueblo se seguía llevando mis recuerdos de uno en uno. ¿Aún tendría oportunidad de escapar?

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—Sí, pero no puedo dormir —admití.

Asintió con la cabeza y apretó los agrietados labios, volviendo a girar su rostro hacia la criatura que ahora estaba muy cerca de nosotros. Era de esos monstruos de piel brillante y sin rasgos faciales. Parecían ser el mayor porcentaje de las criaturas y eso hacía preguntarme a mí mismo cuántas personas habían sufrido ese infierno antes de que llegáramos, cuántos habían muerto en el pueblo.

¿Cómo se había formado ese lugar? ¿Cuál era su historia? ¿Hace cuántos años las personas se habían estado quedando atrapadas allí? No tenía cómo saberlo y tampoco se me había ocurrido preguntar al director cuando la oportunidad se me había presentado. Tampoco podía confiar en lo que Vera decía saber, ya que era otra victima del sádico juego.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora