Capítulo 18

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I

No sabía cuánto había pasado cuando por fin desperté, pero lo hice sobresaltado. Me había desmayado sin poder evitarlo en un lugar que no estaba seguro de que no hubiera peligro.

Me levanté de donde había estado y me sacudí el polvo. Aproveché de ver la herida de mi pierna, la que se había comenzado a cerrar, pero debía buscar agua para limpiarla antes de que pasara. No sabía si la saliva de esas cosas era peligrosa como su sangre.

Cojeé hasta el centro del vestíbulo y alcé la vista. La entrada consistía en dos pisos unidos y al fondo estaba el enorme mesón frente a un enorme vitral que representaba una hermosa mujer de rodillas mirando al cielo con las manos juntas en una oración y lágrimas de sangre cayendo por sus mejillas. Estaba vestida con un hábito de monja que no cubría su cabellera clara.

El resto del vestíbulo era como cualquier otro, con mesas de café y enormes sillones para que los hospedados pasaran el rato. Había una chimenea falsa y un par de estantes con folletos de turismo, los que estaban enmohecidos y rotos, pero tomé uno de todos modos. En ellos, estaba el mapa del pueblo con los lugares más representativos, como el hospital o la escuela. Lo guardé en el bolsillo de mi chaqueta y miré al resto de la estancia.

Seguí avanzando hasta el mesón donde estaban los recepcionistas, zona que sobresalía de la pared, pero que debía cruzar una puerta de madera en la pared lateral para ingresar. Detrás de ella, un pequeño armario con las llaves de las habitaciones y una puerta a un lado que debía llevar a la oficina o los baños de los trabajadores. Esa zona no estaba muy iluminada por el vitral, por lo que las sombras no me permitían ver mucho.

Miré hacia mi derecha, donde un arco daba paso al pasillo que terminaba en escaleras, las que se perdían en la oscuridad que producía la falta de luz. Si lograba encontrar una linterna, me salvaría de pasar la noche completamente a oscuras. Según el nivel de luz, ya era la tarde.

Intenté con la puerta a un costado, pero esta estaba cerrada con llave. De un salto, tuvo que sortear la mesa de madera y así poder tener acceso a la zona de los recepcionistas. Allí, comencé a abrir los cajones que encontré abiertos, buscando algo que me sirviera. Encontré un par de papeles demasiado maltratados para que la letra se pudiera entender y también típicos artículos de oficina. No tuve suerte con una linterna, pero algo me llamó la atención; una ficha de paciente maltrecha y vieja.

Las primeras páginas se habían perdido, con el nombre y la foto del paciente, pero no el historial clínico. Era un paciente psiquiátrico que había presentado episodios muy violentos en los últimos días previos a su ingreso. Decía ver a alguien siempre desde su ventana, observándolo, pero nadie le creía. Alucinaciones, le habían dicho. Como medida desesperada, el hombre se quitó los ojos con los dedos el día antes de ser internado, justo luego de atacar a toda su familia con el cuchillo de la cocina. Con ello, aseguró conseguir la libertad a su sufrimiento.

¿Qué hacía esto allí? Tenía que haber una explicación lógica o quizás era una pista de algo, pero nada parecía tener sentido para mí. Mas continúe leyendo más hasta que encontré un número garabateado en la parte de atrás.

204.

Dejé el expediente allí y continúe abriendo cajones y puertas hasta encontrar un aro lleno de llaves de apariencia oxidada, pero no tenían nada que ver con las llaves de las habitaciones que estaban detrás de mí. Algo me decía que esas llaves no tenían nada que ver con el hotel.

Las guardé en mi bolsillo y me giré para ir hasta la puerta de atrás, la que abrió sin ningún problema. Era una sala de estar con otra puerta que había sido arrancada de sus bisagras en la parte de atrás. Esta, daba a una oficina modesta, la cuál había sido puesta de cabeza, como si alguien hubiera buscado algo con urgencia.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora