Capítulo 2

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I

La tarde estaba fresca, por lo que todos llevábamos chaquetas o abrigos encima para evitar dejar entrar el frío. Caminábamos por los pequeños senderos que llevaban al claro, donde la ceremonia sería llevada a cabo. El barro y las hojas podridas se habían acumulado por estas partes, por lo que agradecía profundamente haberme puesto un par de botas de montaña que no saldrían tan dañadas del proceso. El olor tampoco era muy agradable, incluso cuando la tierra húmeda y naturaleza también estaban en el aire.

—¿Alguien sabe cuánto durara esto? —preguntó la hermana pequeña de Vera, Erika.

Ambas hermanas habían heredado el cabello platinado y los ojos claros de su padre, ya que su madre era de colores oscuros. Erika tenía un par de años menos que su desaparecida hermana, pero no lo aparentaba. Seguramente se debía a que siempre había querido ser como ella, incluso ahora que estaba presuntamente muerta.

—Suena a que no te agrada la idea de estar aquí —contestó un moreno de cabello y ojos oscuros, Chace.

—La verdad es que no. No quiero que todos nos observen con lástima mientras dan discursos vacíos de cuanto lamentan lo ocurrido —respondió, con el ceño fruncido y una mueca de desagrado en la boca.

—No creo que a alguien realmente le guste la idea de venir —intervino Pax.

Yo sólo asentí mientras esquivaba las ramas bajas que se cruzaban en mi camino.

Después de lo de la mañana, no tenía muchas ganas de interactuar con nadie. No quería hablarlo con nadie tampoco, no quería quebrar mi fachada y quedar como un loco, que se burlaran de mí por decir cosas sin sentido. Incluso lo relacionarían con una paranoia mía luego de un mal sueño o una alucinación extraña por cualquier razón, por incoherente que fuera. Admitir que algo como eso existía, sería aterrador para ellos. Negar las cosas resulta más fácil de manejar que algo desconocido y amenazador.

Entonces yo haría lo mismo y me diría a mí mismo que todo había sido una extraña alucinación o una pequeña confusión.

No tardamos mucho más en llegar en nuestro pequeño grupo de cinco personas. La otra integrante era Emma, una castaña bajita de ojos avellana que había guardado silencio todo el camino. No tenía que sentirlo para saber que aún le dolía la desaparición de su novio hace un año. Su silencio me lo gritaba en la cara.

El claro junto al río era usualmente utilizado para eventos del pueblo, como el que se estaba llevando a cabo en ese momento. Estaba en el bosque, pero extrañamente nadie que entraba en él desaparecía, por lo que estaba permitido mientras no fuera más allá del agua que corría con parsimonia.

Era casi un círculo de árboles perfecto, lo suficientemente grande para albergar cómodamente a todo el pueblo. En el centro del lugar, ardía una enorme fogata en una especie de altar de madera. A un lado, un podio que daba a filas y filas de sillas de plástico, madera y metal. Se notaba que las habían sacado de distintos centros comunitarios para rellenar el espacio. La decoración no era muy producida, ya que no estábamos ahí para celebrar algo, sino para llorar a los desaparecidos y a los muertos.

Metí un pie en el lugar y los chicos me siguieron. Me dirigí al fuego con la excusa de que hacía frío, pero no era cierta. Realmente sólo quería ver las llamas danzar y devorar todo a su paso. Había algo hipnótico en como bailaban las lenguas de fuego y acariciaban lo que luego destruían, como un amante irascible.

—Iré a saludar a los padres de Maya, ¿me acompañas? —preguntó Pax, dándome una palmada en el hombro.

—Claro.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora