Capítulo 8

478 99 12
                                    

I

—¡Lo dejaste morir, maldito hijo de puta! —el grito de Hazel llegó hasta mis oídos antes de que se me abalanzara con las uñas como garras. Estuvo a punto de arañarme, pero unos hombres la detuvieron antes de que lo lograra.

Me quedé en silencio, observándola luchar contra ambos, pero no podía hacer mucho. Los días sin comer la habían dejado débil y sus quemaduras eran una molestia muy dolorosa; no pasó mucho antes de que se rindiera.

—Lo dejaste morir —balbuceó, mientras agachaba la cabeza y colgaba con sus brazos tomados por los dos hombres—. Era sólo un niño, demonios.

Las lágrimas de Hazel lograron llevarme a un estado donde toda mi atención estaba sobre ella. Incluso la bestia se había acallado, ahogado por la tristeza que emanaba de esa chica.

¿Realmente mis manos estaban manchadas con la sangre de Theo? Ya fuera directa o indirectamente, ¿era yo culpable de su muerte?

—¿Blaise?

Una voz llamó mi atención, a lo que yo giré la cabeza. Ahí, entre el público que miraba inquieto a la chica, estaba Pax. El chico no tardó en hacerse paso entre todos para llegar a mi lado y colgarse de mi cuello.

—¡Pensé que estabas muerto! —gritó.

Me quedé anonadado, sin poder creer que realmente hubiera encontrado a mi amigo en ese lugar. Mientras él me observaba de arriba abajo para ver mis heridas y comprobar que estuviera bien, los demás comenzaron a dispersarse, menos un grupo pequeño de personas. Dos de ellos llevaban a Hazel de los brazos, una mujer me observaba vacilante y otro hombre comenzó a acercarse a nosotros. Se notaba desde lejos que era él quien imponía respeto y orden en un lugar como este.

Se acuclilló a mi lado, con lo que Pax se separó de mí para mirarle mejor, expectante a lo que me fuera a decir. Yo no confiaba en ese hombre. Incluso no lograba ver un castigo visible en él.

Extendió su mano en mi dirección y yo la tomé con firmeza, demostrándole que no había nada en él que me hiciera temer. Las cosas de afuera no podían compararse con un simple ser humano atrapado en aquel infierno.

—Blaise Arser, ¿no? —Comenzó, volviendo a levantarse en su sitio. Yo no le seguí, aún no lograba recuperar del todo el aliento—. Pax nos habló de ti cuando llegó, esperando a que hubieras tenido su misma suerte.

No sabía decir si había sido un caso de peor o mejor suerte. No confiaba en los humanos, por lo menos las criaturas eran más predecibles.

Con un gran esfuerzo, me levante para quedar más o menos a su altura, pero yo lo lograba pasar por unos centímetros.

—Podrían dejar ir a la chica —dije en cambio, mirando de soslayo a una Hazel que se había rendido ya hace rato.

—Me temo que eso no será posible. Verás, Blaise, ella no es bienvenida en este sitio —señaló, mirando brevemente por encima de su hombro derecho—. No tenemos problemas con la gente de este pueblo, pero sí cuando llevan el infierno a cuestas.

—Creo que cada persona en este sitio lleva un infierno a cuestas —indiqué, mirando a Pax quien no dudo en bajar la vista—. Dime, ¿cuál es tu castigo?

—¿Mi castigo? —preguntó, algo confundido—. No es algo que se vaya preguntando por ahí como si quisieras saber mi nombre.

No podía confiar en un tipo que no mostraba señales de estar sufriendo lo que los demás en ese lugar, por lo que se lo hice saber. Pax se notaba incómodo, pero el hombre sólo sonrió cuando le expliqué lo que pensaba.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora