Capítulo 24

291 52 7
                                    

I

Había perdido el conocimiento, con sueños vívidos sobre mi tiempo con Maya y mis sueños con ella. Creí estar muerto en ese momento, pero me sorprendí despertando en un mullido sofá cubierto con una manta. El olor a antisépticos invadía mis fosas nasales y una gota, proveniente de un paño frío en mi sien, recorrió mi mejilla.

¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué seguía vivo?

Ventanas grandes a ambos lados de un escritorio dejaban pasar la luz de la mañana, abiertas levemente para dejar entrar una brisa agradable. Entre ambas, se encontraba el escritorio coronado por libros y papeles revueltos en la mesa, rodeando una única lámpara apagada.

El papel de las paredes no estaba rasgado ni las alfombras sucias. El lugar contaba con una temperatura agradable y un par de muebles más en lo que era una sala de estar o un estudio. A un lado, un arco daba paso a una habitación y al otro estaba la misma puerta tras la que había perdido el conocimiento.

Asombrado, me incorporé sobre mis codos y la compresa cayó a mi pecho. La tomé, extrañado, pero volví a ver la piel oscura de mi brazo y lo aparté bajo la manta, ocultándolo de mis ojos. Ahí fue cuando caí en cuenta de que una presencia en la estancia me observaba. En la ventana, una silueta recortada por la luz estaba girada hacia mí, a un lado de otra sentada en una silla.

—Veo que despiertas —dijo la silueta de pie, acercándose para que pudiera verle mejor.

Era un hombre de porte imponente. Su cabello, al igual que la tupida barba que le cubría el rostro, estaba surcado por canas y su piel por arrugas. Sus ojos oscuros, cubiertos por gafas, le daban el aire a académico que complementaba el atuendo formal, pero antiguo. Era un hombre que se había quedado detenido en el tiempo, vistiendo la ropa de un científico de su época, con esa humita y los suspensores bajo la bata que mantenían los pantalones de tela grisácea en su lugar, por sobre la blanca camisa.

—Debes ser el director —solté, sin pensar.

—Lo soy —admitió, tomando con su enorme mano la punta de la manta para removerla.

Mi pie había sido vendado de forma adecuada, al igual que mi brazo. También se me habían cambiado las ropas y creo que hasta limpiado mi piel. ¿Había sido él?

—Tengo gente trabajando para mí —aseveró, volviendo a cubrirme luego de observar por encima mis heridas.

Me terminé de incorporar para sentarme en el sofá, sin dejar de mirarlo con curiosidad. Aproveché para tocar la zona de mi brazo que cubría la venda y me sorprendió ver que ya no me dolía para nada. Incluso me sentía de maravilla, sin siquiera el rastro del veneno que me había invadido hace rato. Además, mi pie ya podía apoyarse sin esos pinchazos molestos.

—Gracias —dije, tragando con fuerza.

—Estuviste inconsciente un par de días —explicó, volviendo hasta donde la otra silueta estaba sentada.

Una risa escalofriante me hizo dar un respingo. Provenía de la persona en la silla, la que ahora veía un poco mejor. Era un hombre de unos treinta años, atado por distintas correas a un asiento de madera. Lo más llamativo, era que tuviera la bóveda craneana extraída, dejando a la vista su cerebro. El hombre seguía consciente, retorciéndose y riéndose de un chiste ajeno para mí.

—Disculpa al señor Holland, no conoce modales —murmuró, tomando un escalpelo de la mesa y poniéndose a trabajar en algo que no lograba ver—. Ahora, lo que quería hablar contigo, es sobre como mataste a mi paciente —me recriminó, cortando un trozo del tejido grisáceo.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora