Capítulo 22

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[Contenido gráfico]

I

El sol de verano me pegaba en la parte trasera del cuello, provocando un picor incómodo, pero no me moví. Tenía una excelente posición desde donde podía ver a Maya maquillarse los ojos y no tenía planeado arruinarlo. Moverme implicaría que su padre, quien estaba cocinando un trozo de carne en el patio, me podría detectar y sería el fin de mis excursiones a aquella parte del bosque a la que daba su ventana. Situaciones que se habían vuelto mucho menos recurrentes con la prolongación del día por las estaciones más cálidas.

Encaramado sobre la rama, cubierto de sus ojos por las hojas del árbol, observé sus movimientos cual ave de presa. Enterré los dedos en la agrietada corteza del árbol y esperé. Nunca sabía qué era lo que buscaba de forma exacta, pero siempre lo hacía. Un detalle que desconociera de ella, algún movimiento que no hubiera memorizado o un gesto que pudiera repetir en mis oscuras fantasías. Una y otra y otra vez, sin detenerme, sin buscar que ocurriera.

Su padre entró por el ventanal y gritó el nombre de ella. La vi dar un respingo y ver fastidiada como el delineador se había corrido hasta su ceja. Lo limpió con un poco de algodón y salió de su habitación, perdiéndose de mi campo de visión. No tuve que esperar mucho para que apareciera por el mismo ventanal y se sentara en el desnivel, charlando alegremente con su padre.

Desde donde me encontraba, no lograba oír nada que no fueran gritos o exclamaciones, pero lograba adivinar por sus expresiones que no era un tema cómodo para ella o por el como jugueteaba con la punta de sus dedos.

Maya se apartó los mechones castaños y miró hacia el bosque. Sentí sus ojos sobre mí y apreté los músculos de las piernas, dispuesto a correr de allí si la situación se escapaba de mi control. Fue como si nos observáramos una eternidad, como si realmente ella supiera que yo estaba allí, observándola, pero su risa acabó con el hechizo y me permití relajar la tensión en mi cuerpo.

Con cierto nivel de satisfacción, decidí que era hora de volver a casa. Justo cuando mis pies tocaron de forma silenciosa y delicada el suelo, un ruido fuerte se oyó en la quietud del momento. Era la música que le había puesto a mamá para identificar sus llamadas. Maldije mi torpeza de no haberlo puesto en silencio y me apresuré a apagarla, escondiéndome con la espalda contra el tronco del árbol en el que había estado. Las voces de Maya y su padre llegaron a mis oídos y pude notar que él no estaba feliz.

—¿Quién está ahí? —preguntó subiendo el tono de su voz—. ¡Contesta!

Aguanté la respiración y apreté los dientes, esperando en silencio a que decidieran que no era nada importante, pero el ruido de las bisagras de la puerta trasera, la que daba al bosque, provocó que se comenzara a bombear adrenalina a mi sistema. Sin mucho tiempo para actuar, me impulsé y corrí entre los árboles, desviándome ligeramente hacia el pueblo para no profundizar en el bosque o me encontraría de lleno con la peligrosa niebla donde los incautos se perdían.

Podía escuchar sus pasos persiguiéndome, pero los troncos del bosque me protegían de ser visto. Sabía que podría perderlo en muy poco tiempo, mas no evitaba que me sintiera atrapado, asustado como una rata en una trampa. El peligro que corría si me atrapaba, lo que pasaría con alguien como yo, latía en el fondo de mi cabeza en un incesante recordatorio que me estaba sumiendo en la desesperación. Una voz, una voz profunda me susurraba que, llegado el momento, sería él o yo y eso sólo traería más problemas. Entonces, surgía una pregunta en medio de la bruma: llegado el momento, ¿lucharía o me entregaría? ¿Acaso la bestia tomaría el control o podría salir de esa situación? ¿Qué decisión tomaría si mi integridad corriera peligro?

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora