Capítulo 4

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I

Había recorrido gran parte del lugar sin encontrar a nadie. Sin embargo, había conseguido algo de comida y agua en un pequeño local de comida rápida. El sabor era peor que la tierra, pero por lo menos mi estómago ya no se quejaba y me sentía un poco mejor. Sólo me faltaba un lugar donde poder descansar antes de buscar a Maya.

Debería haber intentado volver ya a esa altura, pero sabía que entrar nuevamente al bosque era un suicidio. Además, no sabía exactamente donde estaba esa cosa ni el camino de regreso a casa.

Casa. Claro, ese era el nombre que le había dado durante mucho tiempo, pero no lo consideraba mi hogar. No estaba seguro allí desde que mamá se había ido y no planeaba volver. Encontrar a Maya parecía una mejor idea en ese momento. Había una parte de mí que necesitaba con ferocidad saber la verdad de lo ocurrido hace un año exacto.

Mis pies me habían llevado al otro lado del pueblo, lejos del bosque donde la criatura se encontraba la última vez que la había visto. Hasta ese momento, no había visto ningún alma en kilómetros que llevaba avanzados, lo que me llenaba de una sensación extraña. Si el lugar estaba vacío, quizás Maya no se encontraba en ese allí. Quizás yo estaba completamente solo, siendo cazado fuera de mi conocimiento por una criatura demoniaca.

Lo único que me mantenía con vida, lo único que me hacía avanzar, era la urgencia con la que había vivido un año completo tras la partida de Maya. Saber que podía estar en ese pueblo abandonado, me llevaba a querer encontrarla. El monstruo que vivía tras mi sonrisa fingida tenía hambre.

No sé cuánto estuve vagando hasta que encontré una especie de verja corroída por el tiempo. Había comenzado a salir el sol y eso me dejaba un poco descolocado. ¿Cuántas horas o incluso días había estado vagando desde que había seguido a Maya por el bosque? ¿Estaría siquiera Pax con vida?

Miré el fierro con la pintura desgastada y el metal oxidado y comencé a seguirla. No sabía a dónde me guiaría, pero no tenía otras opciones u otro punto de referencia. Era lo más cercano a algo a lo que aferrarme.

No había estado muy equivocado.

Al poco rato, una entrada descuidada de tierra apareció. Estaba tras la puerta caída de la reja y, al final del camino, una enorme casa de dos pisos se erguía en todo su esplendor. El tiempo había hecho mella en sus muros de madera pintada de blanco y tenía unos cuantos vidrios rotos, pero seguía siendo hermosa. Le debió de pertenecer a una familia adinerada en su tiempo y seguramente algo debía de tener dentro que me fuera útil. Era lo suficientemente grande para albergar a un buen grupo de personas —como las del grupo que había desaparecido— o para almacenar algo que me fuera útil para defenderme de la criatura. Una pista, por último.

Enfilé hacia la puerta de entrada por el camino polvoriento. Tuve que subir unos cuantos escalones hasta el porche y me encontré frente a la madera oscura de la puerta. Toqué un par de veces, pero nadie vino a mi encuentro. Al girar la manilla, no costó que se abriera tras un crujido propio de un lugar con años sin ser mantenido.

Dentro, estaba un tanto oscuro. Me hallaba en un recibidor, lleno de muebles polvorientos y un suelo de madera cubierto por una alfombra roída. Me dirigí a la derecha, donde se encontraba una sala de estar y observé detalladamente la estancia. Era un lugar amplio, con una estantería llena de libros y una chimenea al lado contrario, entre dos enormes ventanas cubiertas por cortinas blancas. Di grandes zancadas hasta ese lugar y busqué el atizador, pero no lo encontré. Pero si me pude dar cuenta de que había sido utilizada hace poco, donde cenizas se acumulaban bajo un tronco medio rostizado, con brasas comenzando a extinguirse.

Giré sobre mis talones y fui hasta el otro extremo de la casa, esta vez teniendo cuidado en no ser ruidoso y apoyando los pies con cuidado en el suelo, evitando que la madera crujiera de más.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora