Capítulo 11

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I

Sólo me levanté cuando la niebla se comenzó a disipar, mostrando las edificaciones que antes no habían existido para nosotros. Entonces, volví sobre mis pies para ver donde me hallaba, donde me habían llevado mis errantes pasos.

Estaba en una de las calles del pueblo, donde esta se veía rodeada por casas de madera que me recordaban los veranos calurosos en casa, escapando de las altas temperaturas en el porche, con una limonada de mamá.

Con la vista ida, arrastré los pies hacia donde las casas se perdían en la niebla, la misma niebla que se había llevado a Hazel.

Y yo no había podido hacer nada.

No era un depredador, era un chico que se escondía detrás de una mentira. Siempre había vivido ese sentimiento, ¿no? Desde que me habían enseñado que lo que yo era no era... normal. Y ahora que me daba cuenta de que lo que pensaba era mi mayor fortaleza era mi mayor debilidad, me sentía desnudo y expuesto.

Estuve a punto de tropezar, pero logré mantener el equilibrio antes de volver a tocar el suelo. Bajé la mirada y me encontré con una visión que me sacó de mi estupor; era una mujer, o por lo menos lo que quedaba de ella. Estaban una posición torcida, con una expresión de horror en su rostro que me provocó arrodillarme junto a ella. Le faltaba desde la cintura para abajo y tenía las vísceras asomadas, llenas de sangre seca y con hedor a putrefacción. Enterré un dedo en el trozo de intestino desgarrado que se asomaba y me fasciné ante la textura y el ruido que provocaba los fluidos que aún no se habían terminado de secar.

Si había algo como aquello en ese lugar, significaba que algo peligroso estaba cerca. Para poder destrozar a una mujer adulta y partirla a la mitad se necesitaba de mucha fuerza, cosa que un humano con sus propias manos no podría hacer.

Me levanté y sacudí mi mano en los pantalones antes de continuar con mi camino. Mientras más avanzaba, más cuerpos desmembrados estaban por los jardines y en medio de la calle. Cuerpos que llevaban desde años hasta un par de horas. Era impresionante la cantidad de restos que estaban repartidos por todas partes y el hedor me producía una mezcla extraña de sensaciones en el estómago.

Era fascinante.

Luego de unos minutos, las casas dejaron de estar a cada lado para dar paso al bosque. En las ramas de los árboles, más cuerpos descompuestos colgaban. Algunos se habían caído por los tejidos expuestos a la naturaleza. Sin embargo, no eran los suficientes como para que dejara de sentirme observado por las cuencas vacías de los condenados a la horca.

Estaba por rendirme y regresar cuando la vi. Era una casa de madera de grandes proporciones y se erguía a la lejanía, imponente entre los enormes árboles. La pintura blanquecina se veía deteriorada incluso desde esa distancia, pero, extrañamente, parecía en mejor estado que las que había visto en el pueblo.

Apurando el paso, troté hacia ella. A medida que me acercaba, los cuerpos aumentaban y cuervos graznaban desde las ramas y las montañas de descomposición. En un punto, cuando me faltaba un par de pasos, tuve que cubrir mi boca con la manga de mi chaqueta para poder seguir respirando. El hedor era horrible.

Me detuve a descansar bajo la escalera que subía hasta el porche, jadeando por el esfuerzo. Cuando levanté la vista, perdí la capacidad de entender lo que estaba frente a mis ojos. Entre un montón de personas muertas, había una chica de cabellera larga y rubia, con su cuerpo envuelto en un vestido blanco manchado con sangre seca. Estaba mirando a la nada, con sus ojos claros cristalizados y la boca ligeramente entreabierta. En cada centímetro de su piel que se dejaba ver, alambre de púas se aferraban a su carne como vengativo amante celoso de la perfección de quien la portaba.

Sombras en la NieblaWhere stories live. Discover now