Capítulo 9

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I

Espere en silencio, conteniendo incluso la respiración. Por ningún motivo quería ser descubierto. Llevaba tan sólo un par de horas en ese lugar y aún tenía muchas cosas que necesitaba saber antes de irme. Una de ellas incluía a Hazel y el por qué la tenían retenida contra su voluntad, al igual de por qué no era bienvenida.

Quizás había hecho lo mismo que yo estaba haciendo en ese momento; se había metido en un lugar donde no le incumbía, bajo la atenta mirada de Mikael, descubriendo algo que no quería que se supiera. Pero, dentro de todas las opciones que recorrían mi mente, esa era la menos peligrosa.

No sé cuánto tiempo estuve así, apretado en un viejo casillero con olor a humedad, pero ya comenzaba a sentir mis extremidades entumecidas cuando lo oí.

—Malditas alucinaciones —gruñó, dando un golpe a la pared, para luego alejarse hacia el lugar por donde yo había llegado. Sólo me atreví a salir cuando escuché con claridad como se cerraba la puerta.

Dejé escapar un suspiro antes de salir de mi escondite. Miré con atención a todas partes y encontré una vieja linterna encima de uno de los tocadores de lo que supuse era donde las enfermeras se arreglaban. La tomé entre mis manos y comprobé que era pesada, mas no funcionaba para iluminar. Por lo menos podría utilizarla como defensa si alguien aparecía por esos lugares.

Con los sentidos alerta, tomé el picaporte en mis sudorosos dedos y volví a salir al pasillo, el cual volvía a estar vacío.

Ellos tomarían cualquier medida para sobrevivir, pero yo buscaba más allá de eso. Yo quería vivir. No importaba si tenía mis razones o no, pero era algo que sentía desde el fondo de mis instintos más primitivos.

Di mis primeros pasos para seguir mi camino por el pasillo, buscando que estos no resonaran contra la baldosa en estado precario. Se notaba que el lugar tenía muchos años de antigüedad y de descuido, sin importar lo mucho que trabajaran en él.

Las puertas a mis lados estaban cerradas o con las manijas en mal estado, con lo que no me era posible abrir ninguna. Menos una. La última del pasillo, la cual tenía en grandes letras gastadas la leyenda de "GERENTE". Un leve gemido se oía al otro lado y yo me atreví a abrir con cuidado, quedando frente a una chica a la que le habían cortado el largo cabello rojizo y tapado la boca. Sus manos estaban atadas a la enorme mesa y sus piernas una a la otra. Sollozaba en silencio, emitiendo de vez en cuando leves gemidos de dolor.

—Hazel... —susurré, a lo que ella alzó los ojos con una mueca de odio puro. Su cuerpo comenzó a convulsionar a la par que intentaba quitarse sus amarras—. Hazel, detente. Vengo a sacarte de aquí, pero necesito que no hagas mucho ruido o ellos vendrán por ti.

Con cuidado, me encargué de quitar la cinta de su boca a lo que ella pudo respirar con mayor libertad. No podía quitarle las amarras ya que necesitaba algo que cortada, pero por lo menos así podíamos hablar.

—Tienes muchos huevos para venir aquí —gruñó, observándome con sus hinchados ojos por el constante llanto que, quizás, había durado horas y horas—. Dime una cosa, Blaise —escupió mi nombre como si le diera verdadero asco—, ¿te importó siquiera la muerte de Theo? —Una sonrisa lobuna apareció en sus labios, mientras cargaba su cuerpo hacia adelante, maltratando sus muñecas en el proceso—. Dime, Blaise —volvió a repetirlo, con el mismo asco de antes—, ¿te dolió cuando tu madre desapareció o fue sólo tu fachada de niño normal que debes llevar?

Sus palabras resonaban en mi cabeza, indicándome que sabía demasiado. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo siquiera sabía sobre mi madre? Era imposible, a menos de que alguien que no había perdido la memoria le hubiera dicho, alguien que me conocía demasiado.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora