Capítulo 23

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I

La luz se reflejaba en algo al final del tubo. Me acerqué para ver mejor y tomé entre mis dedos una sucia llave pequeña, parecida a la que usábamos para los casilleros o los candados de las bicicletas. Sólo por si acaso, la guardé en mi bolsillo y limpié la sangre en la tela del pantalón.

Ni siquiera me tomé el tiempo de recuperar mis cosas, tan sólo cojeé hasta la puerta y salí al pasillo, el cual había vuelto a la normalidad: oscuridad llena de puertas. Miré por sobre mi hombro y vi que el lugar donde había estado era una habitación sucia de hotel. Todo el resto estaba desaparecido, incluso mis prendas de ropa.

¿Lo había imaginado todo?

Recordaba el mapa en mi cabeza. No encontraría nada útil en las habitaciones, no necesitaba comprobarlo, por lo que cojeé directamente al final del pasillo, hacia el otro lado por el que yo había llegado. Allí estaban las escaleras de servicio, las que conectaban directamente con la cocina. Quizás aún quedaban cosas para comer y algún cuchillo para defenderme si algo seguía saliendo mal, si debía defenderme.

O atacar.

Luego de la pelea, mi cuerpo debía de sentirse pesado y adolorido, pero no era así. Me sentía extrañamente ligero y, si no tocaba las zonas o no pisaba con demasiada fuerza, no sentía mayor molestia. La muerte del viejo me había liberado de alguna manera y eso sonaba escalofriante al tiempo que excitante.

Sólo había una cosa que me molestaba: la tonalidad negra que reptaba hasta mis brazos, por encima del codo. La piel allí ardía y temía lo que pudiera ocurrir si cortaba justo ahí. Eso y el color de la herida que me había dejado la criatura del gimnasio. Pero no debía concentrarme en ello, tenía que salir para poder encontrarme con Vera y Hazel y escapar de ese pueblo maldito.

La puerta a las escaleras se abrió con facilidad. Descendí con cuidado y llegué a otra puerta, la que tampoco estaba cerrada. Ni siquiera lo pensé al entrar a la cocina, la que estaba vacía a simple vista. Revolví cajones y puertas completas, buscando algo que no se hubiera descompuesto en el tiempo. Tan sólo encontré un poco de comida enlatada, la que devoré deteniéndome a respirar. Estaba hambriento, sediento y cansado. Las primeras dos pude resolverlas por un momento, pero no tardé mucho en devolverlo todo en conjunto con una sustancia viscosa y maloliente.

El viejo lo había dicho: estaba envenenado y mi tiempo corría a una velocidad vertiginosa. Tendría que ocuparme de ello si quería vivir una noche más. Entonces, recordé lo que él había dicho sobre el tercer piso y su ocupante.

Limpié el vómito de mis labios con el reverso de mi negruzca mano, sintiendo el sudor frío cubrir mi piel por completo. Comenzaba a sentirme mareado y débil, extremadamente débil, lo que era un gran contraste con como me había sentido luego de salir de esa habitación. Pero no debí detenerme a analizar cómo me sentía, por lo que volví a levantarme con ayuda de una de las encimeras de la amplia cocina.

Escondí uno de los cuchillos de carne en mi pantalón antes de volver hasta la puerta, dirigiendo una última mirada. Me fijé en la ventana que daba al comedor y la puerta a su lado, la que estaba bloqueada con un pasador en la parte superior. La dejaría cerrada por el momento, para que nada pudiera entrar. Seguramente saldría por allí llegado el momento.

Subí uno a uno los escalones que me llevaron al segundo piso. Luego, atravesé el pasillo sin fijarme mucho en los números que estaban a un lado de las puertas. Tenía que apresurarme y aferrarme a la idea de que el viejo no me había mentido en un acceso de delirio, que efectivamente se encontraba un médico en la suite.

Tropecé y caí apoyado en las palmas de mis manos. En un acceso de arcadas, volví a vomitar más de ese líquido apestoso. Incluso vi un poco de sangre y pequeños movimientos de lo que asemejaban parásitos. No sabía como funcionaba el veneno o lo que fuera de las criaturas de ese pueblo, pero eso no podía ser nada bueno.

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora