67. Corazonada

338 34 31
                                    

—Amaia, tengo una oferta para que hagas una colaboración con una nueva promesa de la música. Estoy segura de que encajarías estupendamente.

—No sé, Lorenzo. No me convence... Tengo demasiadas cosas encima como para ponerme ahora a impulsar la carrera de nadie. De eso ya se encarga mi marido...

—¿Escucho resentimiento en tu voz, Amaia?

—Tú siempre escuchas lo que te interesa.

—Pues con más motivo tienes que hacer esta colaboración. No es el momento de desaparecer. ¿En qué momento el proyecto de Alfred vino a anular los tuyos?

—Pero que no es él. Que soy yo...

—Ya. Eso es lo que siempre se dice.

—Lorenzo.

—Ven a la reunión, al menos. Te aseguro que no te arrepentirás. Es muy de tu estilo.

—Uffffff... Está bien, todo sea por no escucharte. ¿Y cómo se llama esta "promesa, si se puede saber?

—Su nombre es Mateo Carabel.

__________________________________________________

(Amaia)

Tuve una corazonada.

Por eso le pedí a Alfred ir a recoger a Helga con él. Intentábamos no darle mucha importancia, pero era la primera vez que nuestra hija actuaba en un escenario sin nosotros.

Sin embargo, en su línea, ni siquiera había sugerido que fuéramos a verla. No es que yo quisiera... Bueno, sí. Sí quería, para qué engañarnos. Helga sobre un escenario me parecía aún tan maravilloso como surrealista. Me habría gustado verla, porque no había podido hacerlo en directo todavía.

—Pero con Alejandro no quisiste —me había recordado Alfred el día que le comenté que me encantaría ver a Helga.

Yo le había girado la cara. Ya habíamos discutido por ese asunto, y no pensaba que volver a sacarlo fuera la que necesitábamos ahora mismo.

—Es distinto.

—No, no lo es, Amaia. O, en todo caso, es incluso peor, porque para Alejandro sí que era la primera vez de verdad. Helga ya ha estado en más escenarios durante la gira en Latinoamérica, pero nuestro hijo no. Y teníamos la oportunidad de estar ahí para apoyarlo...

La discusión de la semana anterior volvió a resurgir, igual de dolorosa que la primera vez.

—¿De verdad vamos a pelearnos de nuevo por esto? —me quejé, exasperada.

—No. Pero aún no te entiendo, Amaia. Sigo esperando a que me des una explicación. O a que se la des a nuestro hijo. Sabes lo importante que eres para él, lo importante que es tu aprobación...

—Durante años no lo fue —repliqué, con amargura.

Estábamos entrando en terreno pantanoso, y allí no podía responder de mis actos ni de mis palabras.

—Y eso estuvo mal. Lo sabes tú igual que yo. No es algo de lo que podamos sentirnos orgullosos, ni con lo que podamos excusarnos —me recordó Alfred.

Sin embargo, su tono esta vez fue más suave. Se había acercado a mí y me había cogido una mano para darme un apretón cariñoso.

—Tú sabes por qué, Alfred —le susurré, levantando un poco la mirada.

Temía encontrarme con sus ojos francos, que allí estaban esperándome.

—No lo sé, Amaia. De verdad que no. No me puedo imaginar qué es lo suficientemente poderoso como para que lo pongas por delante de nuestros hijos... —me había reconocido.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now