37. La oportunidad

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—Lucas, ¿tú me vas a apoyar siempre en la música?

—Pues claro que sí, Emma...

—Es que es un mundo muy difícil. Ya lo sabes por lo que te cuento de papá y mamá... Y como tú dejaste el conservatorio...

—Bueno, sé que es importante para ti. Me encanta verte tocando el piano o ayudando a mi hermano cuando traes la guitarra. Seguro que, aunque vayas a empezar Magisterio, no vas a dejar la música. No te lo permitiría.

—Pero no me refiero a eso. Me refiero a cuando tenga una carrera musical, y me vaya de gira o tenga conciertos en un escenario...

—¿En un escenario, Emma?

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(Emma)

Cuando vi aquel vídeo de Helga sobre el escenario me llené de un orgullo difícil de describir. Nuestra baby, después de años renegando de la música, allí estaba, cantando una de sus canciones favoritas con papá. Ya solo por eso había merecido la pena la gira.

Mamá, Alejandro y yo miramos la pantalla completamente ensimismados. Si ya nos pasaba con papá, estando los dos en el escenario se duplicaba el efecto. En eso, Helga había salido a él, a pesar de que en ese vídeo, por la ropa que llevaba y por el moño en el pelo, no podía dejar de notar que se parecía un poco a mamá. El vídeo de la actuación se hizo viral y muchísimos medios se hicieron eco de la noticia, a pesar de que es justo decir que los músicos no estuvieron brillantes y mi hermana estuvo un poco descontrolada vocalmente hablando. Pero bueno, no son más que detalles menores.

Además, me entraron ganas de pisar un escenario, porque yo era el único miembro de la familia que aún no lo había hecho con papá. Desde ese momento, cada vez que tocaba el piano, trataba de cantar imaginándome que lo hacía frente a un público que coreaba mi nombre, igual que había pasado con Helga. Al principio me temblaba todo y me mareaba solo de pensarlo, pero entonces trataba de centrarme en el piano: con él estaba seguro. Había asistido a miles de recitales y nunca me había fallado. Y ahora también podría hacerlo cantando sobre un escenario.

Claro que, por el momento, eso no eran más que imaginaciones mías, porque la realidad era que tenía otros asuntos más acuciantes esperando mi atención. El primero de ellos, Lucas.

Siguiendo la invitación de Pilar, no tardé más que un par de días en ir a su casa para estar con Simón. Me había prometido que trataría de no hacerlo con tanta frecuencia, porque él ya no era tan pequeño y podía comunicarse sin problemas con su tablet. Era increíble todo lo que había mejorado en ese tiempo. Además, si mi relación con Lucas iba a acabarse, no podía seguir paseándome por su casa a diario, por muchas invitaciones que recibiera. Sería demasiado doloroso para los dos. Aunque primero estaba ese pequeño detalle: la relación tenía que acabarse.

Y Lucas pareció que me lo puso en bandeja, porque me pidió salir a dar un paseo después del ratito que pasé con Simón el primer día que fui a verle.

—Adiós, Simón. Sigue siendo bueno y aprendiendo mucho, ¿vale? Nos veremos pronto —me despedí de él con un beso, ante su mirada entusiasmada.

Me tranquilizaba infinitamente que él fuera tan feliz, a pesar de su vida llena de limitaciones.

También me despedí de Pilar, que últimamente parecía más cansada de lo normal.

—¿Todo bien? —quise cerciorarme, mientras la abrazaba.

—Sí, sí. Es que todo lo de llevar a Simón al colegio me supone más trabajo del que me imaginaba —me respondió, tratando de sonreír.

Yo le devolví la sonrisa, mientras me apuntaba mentalmente que, si seguía así, lo mismo sería mejor tratar de buscar a alguien que la ayudara. Simón también había crecido mucho. Ya tenía catorce años y no se le movía igual que cuando era pequeño, a pesar de que él ahora podía poner más de su parte. Mi padre también había tenido una asistenta y, aunque difícil al principio, no había quedado más remedio que adaptarse a las circunstancias.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now