46. Contigo

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—Alejandro, ¿por qué lloras? ¿Ha pasado algo en clase?

—No, Emmita. En clase no, en el baño...

—¿En los baños?

—Entré y escuché a un niño de mi clase y a otro mayor...

—¿Le estaba haciendo bullying, Alejandro?

—...

—¿Se lo has dicho a la seño?

—No...

—Se lo tienes que decir.

—Pero... Pero... ¿Y si...?

—No, Alejandro. Ya verás que no te pasará nada, pero a tu amigo a lo mejor sí, si no le ayudas.

—Para ti es fácil, siempre haces lo que está bien. ¡Y tienes nueve años! ¡Tres más que yo!

—¿Pero te crees que no me cuesta? Hacer lo que debemos siempre es difícil, pero me ayuda pensar en papá. Además, ¿y si te pasara a ti, o alguien a quien quisieras? ¿No querrías que le ayudaran?

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(Alejandro)

No había tenido ocasión de responder a su pregunta.

En ese momento había llamado papá a la puerta para avisarnos de que Fernando estaba esperándola fuera.

"Por favor, ni que estuviéramos en una novela", no había podido menos que lamentarme.

Pero no me había dado tiempo de pensarlo más, porque entonces todo se había precipitado.

—¿Cuándo volveré a verte? —le pregunté, con urgencia, buscando sus manos instintivamente.

Su primera reacción fue revolverse, pero al final me devolvió el apretón y me miró, con ojos indescifrables.

—No lo sé, Álex. Quizás después de Navidad.

Era verdad, Navidad estaba a la vuelta de la esquina.

—¿Te pondrás en contacto conmigo? —quise saber. Sabía que lo contrario era casi un sueño.

Laura esbozó una pequeña sonrisa, mientras asentía. Luego, sin más dilación, se dirigió hacia la salida, despidiéndose con prisa de mi padre.

—Espero que nos veamos pronto, Laura —le dijo él.

Hizo amago de tocarle la espalda para acompañarla a la puerta, pero ella lo repelió con brusquedad. No sé cómo, papá no manifestó nada en absoluto hasta que ella hubo salido.

El sonido de la puerta al cerrarse me supo a un disparo que dio rienda suelta a la tensión que había acumulado en esa tarde. Me eché a llorar en ese mismo momento, y papá se acercó a mí para rodearme con sus brazos. Ni siquiera quiso saber cómo había ido, pero yo sí me lo pregunté... Porque no estaba seguro de qué podía sacar en claro de todo aquello.

Sí, a Laura la maltrataban, pero lo que ella me había contado se contradecía con lo asustada que estaba el día que había ido a su casa. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Limitarme a esperar a que ella me llamara, sabiendo lo que sabía?

—¿Nos vamos a casa? —me preguntó papá, con suavidad.

Yo aún seguía bastante agitado, pero no me opuse. Y tengo que reconocer que el abrazo con el que me recibieron mamá y Emma al llegar me resultó muy reconfortante.

Papá y mamá me llevaron a la cocina, y pude ver claras sus intenciones nada más se sentaron conmigo alrededor de la mesa en la que solíamos comer: no iban a dejarlo pasar más tiempo.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now