51(bis). El encontronazo

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(Helga)

Sin embargo, todo el asunto de la pandilla parecía haberse disuelto como por arte de magia. ¿Hola? ¿En qué mundo ocurría eso? ¿Habían decidido mudarse todos y no me habían avisado? Bueno, tampoco es que yo quisiera que me avisaran, pero no esperaba que desaparecieran así tan de repente... Y cualquier otro lo habría dejado pasar y se habría olvidado del tema, como si fuera una liberación.

—Pero no serías tú si lo hicieras —había concluido David el día que le había pedido que me llevara a mi antigua escuela de teatro.

Claro que para eso había tenido que confesarle que era porque esperaba tener noticias de Víctor, al menos.

Volví al coche después de la visita y me eché en el asiento, desalentada.

—¿Y bien? —quiso saber David, mirándome muy serio.

—Nada. Hace semanas que dejó de venir —le revelé, lanzando un suspiro exasperado.

—Niñata, ten cuidado, no vayas a ser tú ahora la que te obsesiones —dejó caer, mientras se ponía el cinturón.

Ya estábamos.

—No es un buen momento para jugar, ¿eh? —le avisé, con un tono que pretendía ser amenazante.

—Estoy de acuerdo. Creo que ya has hecho todo lo que entra dentro de la lógica para saciar tu curiosidad. Y teniendo en cuenta que no es más que eso..., a lo mejor es el momento de dejarlo correr, Helga —completó, en voz baja, casi como si temiera mi reacción.

Yo le miré, tratando de decidir cómo se suponía que debía reaccionar. Aún me sentía contrariada, pero sabía ver perfectamente que llevaba razón. Cómo no.

Lancé un bufido para mostrar mi disconformidad, pero no dije nada.

David arrancó el motor, con una sonrisa asomándole a la comisura de los labios. Encima el capullo hasta estaba guapo así y todo.

—No te rías, que aún no te he perdonado la intromisión —le recordé.

Él sabía que me refería al momento en el que apareció durante la pelea con Esteban. Yo lo tenía todo perfectamente bajo control, no necesitaba que nadie viniera a rescatarme.

David no pareció inmutarse. Al contrario, se fue acercando poco a poco.

—Como todos los días. Tú lo que quieres es recibir la compensación... —me susurró al oído, con esa voz... Esa voz.

Definitivamente, así no se podía.

Sin embargo, no podíamos entretenernos mucho, porque esa tarde había quedado con Nadia para ayudarla con su dibujo de la guerrera princesa, y cualquiera llegaba tarde a la cita.

Como le había prometido a David antes del encuentro con Esteban, empecé a ir a su casa más a menudo, lo cual incluía pasar tiempo con sus hermanas y mantener interesantes conversaciones con su padre, que era sin lugar a dudas la persona más culta que había conocido en mi vida. Y un excelente cocinero.

—Qué pena que no hayas salido a él en nada —le recriminé a David un día, sacándole la lengua.

La conversación había surgido por el olor a curry tan delicioso que nos llegaba al salón desde la cocina. ¿Podía ser ya la hora de la cena?

—Ji ji ji.

Escuché la risa de Nadia, que, como siempre, tenía un dibujo entre las manos. Y no se le daba nada mal. Le eché un brazo por encima, achuchándola.

—Pero, pero... ¿Te ríes de tu hermano mayor? ¿De tu hermano mayor? —le dijo David, acercándose a ella peligrosamente.

La niña se encogió, porque ya sabía lo que venía, pero yo la apreté con fuerza.

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