42. Frente a una estrella

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—Helguita me ha dicho que quiere que su instrumento sea la batería.

—Bueno, ya se veía venir, ruru.

—Sí, Amaix, pero dudo que en el conservatorio la vayan a aceptar...

—Ya sabíamos que la niña nos saldría cabezota.

—Jajaja. ¿Cabezota? Me recuerda a mi madre. Seguro que era igualita con su edad. Decidida... Independiente...

—Me hace gracia. A mí me recuerda a la mía... Alfred, ¡quita! O tendremos a otra Helguita corriendo por aquí.

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(Alfred)

Por supuesto, Helga se había tomado la presencia de June a la tremenda, no podía esperar otra cosa. Y me dio pena porque no disfrutó el resto de días en LA, a pesar de que cuando volvía de visitar la ciudad le resplandecían los ojos de la emoción. Estaba claro que LA le había llegado al corazón, y eso me enternecía y me preocupaba a partes iguales, porque mi experiencia en ella no había sido tan buena.

En el primer concierto ni siquiera la vimos por el backstage, donde solía quedarse. Miré a Gloria en varias ocasiones, que a menudo la invitaba a tocar con ella, pero ese día no encontramos ni rastro. Después volvió al hotel por su cuenta y pareció como si se la hubiera tragado la tierra.

Me asusté, porque esa noche había tocado su canción, que detestaba, y no pude sino desear que no le hubiera afectado mucho. Pero no podía no hacerlo: Amaia y yo lo necesitábamos.

Justo después del concierto había subido un mensaje a Instagram con una foto de la primera noche que la interpretamos, tantos años atrás, con el mensaje: "Las estrellas siempre brillarán para nosotros".

Y deseaba que lo hicieran muchos años más.

Ya era hora de reencontrarme con ella, y con Emma y Alejandro.

Esa noche, a pesar del agotamiento, no dormí bien. Haber tocado City Of Stars en Los Ángeles, sin Amaia a mi lado, me había supuesto más de lo que sería capaz de reconocerme, y me había prometido que nunca más volvería a hacerlo.

Además, por otro lado estaba Helga. En las últimas semanas había empezado a hacerme ilusiones de que quizás la gira habría dado sus frutos, y ella volvería cambiada a Barcelona. Lo deseaba con todas mis fuerzas, porque ella era la primera que no se merecía ese sufrimiento, dijera lo que dijese sobre los castigos y demás tonterías. Era nuestra Helguita, a fin de cuentas.

Pero también tenía la sensación de que aún me quedaba algo pendiente. Un asunto que teníamos que aclarar, porque a lo mejor la estaba reteniendo, y no quería que eso ocurriera: quería a Helga libre, con todas las consecuencias. Y justo esta idea fue la que me dio la clave, porque sabía quién había sido libre, y me había enseñado a serlo. Y Helga, que tantas cosas tenía en común con ella, tenía que saberlo.

Establecer finalmente esa relación en mi mente me llenó de paz, hasta el punto de que no tardé mucho más en quedarme dormido.

Al día siguiente me desperté con ganas renovadas de encontrarme a Helga y hablar con ella: no estaba dispuesto a que acabáramos así la gira, costara lo que costase. Sin embargo, cuando salí del cuarto ella ya andaba por el pasillo, y por su mera postura ya supe que me iba a recibir con otro ánimo, y que incluso me estuviera esperando. La vi correr hacia mí y no pude menos que abrir los brazos para recibirla. Siempre sería nuestra baby.

Con una sonrisa, y hablando del concierto de anoche, la saqué al jardín trasero del hotel.

—Ayer estuve con June —me soltó de sopetón, con un tono sencillo e inocente que no dejó de sorprenderme: no me habría podido imaginar a Helga hablando así de ella.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora