35. El primer paso

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—Amaia, veo a Emma muy contenta.

—Sí, mamá. Ya sabes que tiene novio.

—¿Seguro que es por el novio?

—Pues claro.

—¿Y quién es ese tal Simón?... Amaia, no te rías de tu madre.

—Ay, mamá. Simón es el hermano pequeño de Lucas, su novio. Tiene una condición parecida a la de Alfred después del accidente, y a Emma le encanta pasar tiempo con él, cantándole y tocándole.

—Ah.

—¿Qué pasa ahora?

—Nada, nada.

—Mamá...

—Ay, Amaia, es que parece que quiere al niño más incluso que a su novio.

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(Amaia)

Cuando los vi entrar por la puerta de embarque sentí pena, pero también un gran alivio, porque por fin tenía el espacio que necesitaba con respecto a Alfred. Haberle tenido cerca esas semanas me nublaba los sentidos y me impedía pensar con claridad. Me sentía embargada, y eso me gustaba, pero no en este momento, en el que tenía que discernir mi futuro.

Con respecto a eso, él estaba mucho más negativo que yo, y de ahí su intensidad. Pero yo estaba segura de que todo caería por su propio peso. Su vuelta se contaría sola, y mientras tanto, yo tenía demasiadas cosas pendientes.

Así que había cogido a Emma y a Álex y nos habíamos ido los tres a casa. Era consciente de que esas semanas se pasarían volando, así que tenía que aprovecharlas... Claro que aún no sabía bien cómo. ¿Por qué estaba tan bloqueada que no era capaz de ver con claridad? Me sentía inquieta, porque eso no me había pasado desde que había salido de OT, hacía ya muchos años. ¿Estaba volviendo atrás? Además, el hecho de que la estancia en Pamplona no me hubiera ayudado nada en este sentido me tenía especialmente desanimada. Por supuesto que me sirvió para tratar de reconectar un poco más con Helga, a la que no iba a ver en una temporada, pero ni siquiera ahí avanzaron las cosas como me habría gustado.

—Esto está siendo un desastre —le había reconocido a Ángela una tarde, decaída.

—¡Qué va, hermanita! ¿Desde cuándo te preocupas tanto por los resultados de las cosas? —me había preguntado, haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia—. A mí me basta con todo el tiempo que hemos pasado juntas, y ha sido genial que Ana y Helga hayan venido también.

—Por favor, Ángela, no me compares tu relación con Ana con la mía con cualquiera de mis hijas.

—Claro que no, yo soy más guay que tú —había bromeado Ángela, entre risas.

En realidad, sabía que Helga se había calmado un poco y, sobre todo, se había mantenido lejos de sus amistades, pero tampoco es que yo hubiera conseguido mucho con ella... Igual que me había pasado con la música: había intentado componer, pero me había bloqueado de tal manera que lo había dado por imposible.

Así que ahí seguía, todavía en el mismo punto.

La primera tarde después de la marcha de Helga y Alfred me la pasé en el piano. Hacía tiempo que ya no me contaba historias, a pesar de que yo intentaba que lo hiciera. Ya no sentía igual las melodías, y no podía dejar de preguntarme por qué, aunque sospechaba que todo radicaba en el mismo problema. Y ese era el que tenía que descubrir.

Sí que me pasaba mucho rato escuchando a Emma tocar, porque Alfred llevaba razón, y desde pequeña habíamos sabido interpretarla de esa manera. En eso no había cambiado, a pesar del tiempo.

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