41. ¿Estás segura?

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—Emma, ¿por qué pasas tanto tiempo con Lucas?

—Bueno, Helguita, es que... Es que Lucas y yo somos novios.

—...

—¿No estás contenta por mí?

—No.

—¡Helga!

—Es que no lo estoy, y no está bien decir mentiras, ¿verdad? Además..., ¿para qué sirve un novio?

—Aún no lo entiendes, Helguita...

—No, Emma. La que no entiendes eres tú. Yo no me enamoraré nunca.

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(Helga)

Volví a intentar escaparme.

Bueno, al menos esa era la versión que me repetí a mí misma, porque no iba a reconocer que había sido tan obvia que, por supuesto, David me estaba esperando.

Quizás las miradas desafiantes que nos lanzamos el tercer día tuvieron algo que ver. Él parecía querer preguntarme si le iba a prometer algo al final, pero yo no estaba dispuesta. De hecho, incluso había pensado una nueva táctica, y tenía que reconocer que David me habría decepcionado mucho si no la hubiera descubierto.

Ese día volví a quedar con Celeste, dejé mi mochila preparada en recepción para no subir a mi cuarto después de la cena, y me perdí dando varias vueltas por el hotel. Pero David no me siguió, como yo había esperado que hiciera... Sino que me estaba esperando en recepción cuando volví. Se levantó como un resorte nada más verme.

—Hoy me toca a mí elegir el plan: ¿preparada para otra noche de tango?

—No voy a ir a ningún lado esta noche —le contraataqué, desviando la cara con orgullo.

—Perfecto, entonces. Y recuerda que tú no mientes nunca, ¿no?

Mierda.

Pero qué cabrón.

Por supuesto que yo me refería a que no iba a ir a ningún lado con él, aunque David había conseguido lo que quería, una vez más.

El gesto horrorizado debió quedarse congelado en mi cara, hasta que por fin pude reaccionar y me di media vuelta, conteniéndome para no darle una bofetada. Se la estaba ganando a pulso. Pero, para mi sorpresa, él me cogió del brazo.

—Mira, Helga, puede que tu padre no se huela nada... —vaciló, y supe que había algo que no me estaba contando. Ese 'algo' que le había hecho beber la noche anterior—. Pero a mí no me engañas. Si vas a seguir intentando escaparte, tendré que...

Umh, de manera que sí creía que iba a intentar escaparme de todas formas... O sea, que pensaba escaparme de verdad. Pero sin duda eso me daba una nueva ventaja sobre él.

—Oye —le corté bruscamente—. Vale que sea una niñata, pero tampoco soy el ogro de Cornualles, para que tengas que estar inventándote una historia cada noche.

Él me miró totalmente desconcertado.

—Helga, ¿de qué estás hablando? —consiguió articular.

Uffff, por fin. Dejarle sin palabras me estaba sentando muy bien... Ese cuento, que había aprendido de la yaya, siempre era mi mejor baza para descolocar a la gente.

—Mira, capullo, puedes empezar por hacer los deberes y aprenderte la historia del ogro de Cornualles, que te crees muy listo pero no sabes ni la mitad...

—Pero, Helga..., ¿estás hablando de un cuento de niños? —volvió a insistir.

Me encontré con sus ojos, que ahora tenían un punto divertido.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now