4. Al igual que tantas otras cosas

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—"City of Stars, are you shining just for me?"

—Para, Emma. ¡Para!

—Pero Helga... Si encima es tu canción...

—No la quiero escuchar. No entiendo por qué tuvo que ser esa.

—Pero si es preciosa...

—No. Es horrible. Y no significa nada. Ya no significa nada.

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(Helga)

Esto de ser la pequeña es una mierda. Y quien diga lo contrario, miente. Siempre he sentido que Emma, doña Perfecta, y Álex, don Sensible, han formado unas expectativas que no estoy dispuesta a cumplir.

Emma siempre con el piano, siempre cumpliendo responsabilidades, siempre siendo más madre incluso que mamá, con su pelo bien peinado y su ropa conjuntada a la perfección. Y Álex llorando por cualquier tontería, chivándose a papá y a mamá a cada paso que daba y quejándose de todo lo que hacía, poniendo ojitos y con la misma sonrisa de palitas separadas de papá, que desarmaría a cualquiera.

Con este percal... ¿acaso a alguien le sorprende que siempre me metiera en problemas? No es que yo lo eligiera, es que por muy bien que lo hubiera hecho todo, nunca habría estado al nivel de mis hermanos.

Por ejemplo, en la música. Todo el mundo esperaba de nosotros que tuviéramos mucho gusto por la música, y eso es algo que Emma y Álex encajaron a la perfección. Los dos con instrumentos súper delicados y prestigiosos, de grandes músicos. Emma sintiéndola con cada fibra de su ser, aprendiendo el idioma del teclado de papá y mamá. Álex sabiendo tanto sobre música, siendo siempre tan listo y tan correcto en todo, con ese violín que es casi una extensión de su mano.

Pero para mí la música es como mi primer recuerdo, de los cinco pegando saltos en el salón escuchando un vídeo del primer concierto que papá dio en la Fiesta Mayor del Prat, en el que él y mamá cantaron una de las canciones que hicieron famosa a mamá. Los tengo a los dos grabados en mi memoria dando saltos, igual que salían en el vídeo, solo que con muchos años más. Esa vez vi a Emma desmelenarse, a Álex dejar su sensibilidad de lado y, por un momento, sentí que todo estaba en su lugar, que así es como debía ser la música.

Pero, por desgracia, esos momentos eran los menos, exceptuando quizás algunos conciertos de papá, donde no me importaba salir a darlo todo cuando cantaba sus temas rockeros... Porque hasta en eso ha cambiado. Desde el accidente se volvió mucho más melódico. Él decía que eran etapas, pero en mis primeros años de vida jamás le vi componer nada distinto.

Así que solo me quedaba tratar de convencerle de que me dejara ir a los ensayos, para sentarme en la batería con Gloria e intentar tocar con ella... Porque papá y mamá no habían querido comprarme una batería, argumentando que no cabría en casa. Pero yo siempre he creído que eso no era verdad.

Además, mi canción era la más horrible de todas. ¿City Of Stars? ¿En serio? ¿¿Qué tiene esa canción?? Tiene a Los Ángeles, pero, aparte de eso... ¿Qué?

Aunque reconozco que no siempre la odié tanto. Había un tiempo en el que me era indiferente. Pero tuvo que estropearse. Al final todo se estropea. Igual que a mamá y a papá se les estropeó la primera vez, antes de que nosotros naciéramos. Aunque papá nunca lo cuenta como ruptura, los tres sabemos que estuvieron varios meses separados después de hacerse famosos, y que en ese tiempo se especuló que mamá podía estar con otro cantante. Pero mamá nunca hablaba del tema, decía que eso había sido hacía media vida y que ya lo había olvidado.

—No es importante. Lo único importante sois vosotros —nos repetía, con una sonrisa y una caricia. Y añadía, en voz aún más baja, como si le diera vergüenza admitirlo —: Además, nunca había dejado de querer a papá.

Pero yo no lo entendía, quizás porque era demasiado pequeña para hacerlo, quizás porque ni siquiera ella misma llegó a entenderlo nunca.

Después se habían vuelto a separar, pero esa vez había sido distinto. No solo porque había sido papá el que había firmado el contrato que lo había llevado a vivir lejos y separarse de mamá, sino porque al principio lo habían intentado, pero papá había decidido dejarla ir, para intentar que ella fuera feliz.

—Todos tomamos decisiones equivocadas, y a veces hacen daño a la persona a la que más queremos —también solían recordarnos mamá y papá, indistintamente.

Los dos sabían mucho de eso, pero saberlo no significa dejar de hacerlo. Y eso fue lo que sentí en aquella tarde horrible, en la que mamá vino a recogerme al conservatorio. Me estaba aburriendo en la clase de solfeo y había empezado a dar la lata, así que la profesora me había echado. Ese día incluso le sugirieron a mi madre que quizás ese no era el lugar más adecuado para mí. Y pensé con una vaga satisfacción que lo había conseguido.

Pero ese pensamiento no me produjo la emoción que esperaba. Ya se había echado a perder todo desde que vi a mamá a través de la ventana del conservatorio con aquella persona.

No tardé mucho en el reconocerle: era el cantante con el que había hecho su última colaboración. Observé cómo estaban muy cerca. La mano de él en su espalda, mientras ella le cogía el brazo y lo subía al hombro.

Desde mi posición no tenía muy buena visión. Pero contuve la respiración.

¿Se estaban...?

No quería verlo. Aparté la vista rápidamente y cerré los ojos con fuerza, como si eso fuera a hacerlo desaparecer. Me apreté las manos sobre los ojos para evitar el sollozo que amenazaba con escaparse de lo más profundo de mi ser.

¿Quién era aquel hombre? ¿¿Quién era aquel hombre que no era papá??

No lo pude evitar. Tenía que asegurarme, así que volví a mirar por la ventana: ¿había sido todo un sueño? ¿Una simple confusión? No quería creer a mis ojos.

Pero, aunque mamá ya estaba dirigiéndose a la entrada del edificio, allí al fondo, como una sombra, seguía el cantante. Y en ese momento supe que lo odiaba con todas mis fuerzas.

No saludé a mamá cuando entró. Ni siquiera la miré. No podía. Sentía algo en mi interior a lo que no era capaz de ponerle nombre, pero con los años comprendí que se trataba de una profunda decepción.

Nos dirigimos al coche después de que le sugirieran que el conservatorio quizás no era lo mío. No le había dirigido la palabra, y aunque ella no dejaba de hablarme, yo miraba al suelo con gesto lo más serio que podía, tratando de controlar los latidos de mi corazón y el nudo en mi garganta, que amenazaba con ahogarme.

—Helga, cariño, ¿esto es lo que querías? ¿O es que no quieres aprender música?

Seguí sin responderle, pero le habría gritado que no, que no quería nada que tuviera que ver con ella.

Nos montamos en el coche y mamá arrancó. En un gesto automático, dirigió la mano a la radio y empezó a sonar el último tema que habíamos dejado en el reproductor. Recuerdo que la había elegido Emma de camino al conservatorio.

El corazón se me paró cuando escuché mi maldita canción. Los acordes del piano, la dulce voz de mamá contestándole a papá. Casi podía sentir sus miradas emocionadas a través de la canción.

Mamá fue rápida en cambiarla, y en otro momento no habría entendido el motivo. Pero esta vez sí lo hice. Y la odié con todas mis fuerzas, a ella y a mi canción. No quería volver a escucharla nunca más.

Con el cambio de tema, sentí cómo algo se rompía dentro de mí. La música nunca volvería a ser lo mismo, al igual que tantas otras cosas.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now