51. Obsesión

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—¿Qué te pasa, Hell? Estás muy callada.

—Nada.

—Venga, pequeña diablilla, que a mí no me engañas...

—Es que te vas a pensar lo que no es, Stefi.

—Te juro que no. De verdad. Y sabes que para mí lo que juro es sagrado.

—Estaba pensando en Esteban. Me ha sorprendido hoy.

—Ah, ¿eso?

—Solo me ha sorprendido. Es todo.

—Está bien, está bien. Lo que le pasa es que su 'amiga' está a punto de darle puerta, y él lo sabe. Y te aseguro que Esteban lleva muy mal que lo abandonen. Aunque es normal, ¿sabes? Yo también me lo tomaría así si mi madre hubiera hecho lo mismo que la suya. Puta perra...

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(Helga)

Después del choque frontal con Esteban había llegado hecha una furia a casa. Claro que mamá y papá estaban ocupados con Álex y sus problemas en ese momento. Que no decía yo que no fueran importantes, pero la verdad es que me había molestado un poco. Al final, sin embargo, no había resultado tan mal, porque por algún motivo todo el asunto de Laurita me había obligado a pasar más tiempo en casa. Bueno, eso, y que aún no me sentía preparada para ir libremente a la de David. Sería involucrarse demasiado, ¿no?

Por su parte, ni Esteban ni nadie de la pandilla había hecho por volver a acercárseme, aunque a veces me parecía verlos por el rabillo del ojo, o sentía como si alguien me estuviera observando. ¿Me estaba volviendo loca y todo eso no eran más que imaginaciones mías? Y, precisamente porque no estaba segura, preferí no comentárselo a nadie. ¿Qué pruebas tenía, en cualquier caso?

Pero, para mi desgracia, acabó demostrándose que no, no eran imaginaciones mías, porque hubo un momento en el que dejaron de ocultarse, y ya casi podía encontrármelos en todos sitios. Lo de Laura ya había saltado y en casa estábamos tratando de recuperar un ritmo normal. Esa tarde había ido con David a comprar unos libros que necesitaba y, en la librería, nos habíamos encontrado con Esteban... Otra vez.

Di gracias por no haber ido sola, pero no conseguí ocultar mi nerviosismo. Esteban y yo cruzamos brevemente las miradas cuando ya salíamos de la tienda, pero no me dejé achantar. Yo no estaba haciendo nada malo. Sin embargo, a David no se le escapó que algo no andaba bien.

—A ese tipo lo hemos visto antes, ¿verdad? ¿De qué lo conoces? ¿Es por ese capullo que te has puesto tan nerviosa? —empezó a preguntarme, en cuanto nos hubimos alejado de la librería.

—¿Podemos irnos a casa, por favor? —le pedí, ignorando sus preguntas.

—Está bien —concedió, con gesto serio—. Pero allí me respondes.

Y, por su tono, supe que no admitía réplica.

Al llegar a casa no pude evitar lanzar un suspiro al cerrar la puerta, aunque al girarme me encontré con los ojos de David, que no estaban dispuestos a esperar más.

—Lo conozco —le confirmé, tácitamente—, pero lo que pase entre nosotros no es asunto tuyo.

David apoyó las manos sobre la puerta, dejándome aprisionada entre ellas. Pude sentir su cercanía y el corazón empezó a latirme desbocado. Me miró a los ojos, y mentiría si dijera que eso no me desarmó por completo.

—Todo lo que te pasa es asunto mío, Helga, porque me importas —añadió, entre susurros. Hizo una pausa donde se acercó aún más y, por un instante, pensé que me iba a besar. Me preparé para recibirlo, pero en el último momento se desvió hacia mi oreja, haciendo que me molestara más todavía—. ¿Me... explico? —murmuró.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora