33. La única forma

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—Papi...

—Emma, ya me estás poniendo la misma cara que cuando me vas a pedir algo.

—Ay, papi, pero si esta vez no te voy a pedir nada...

—¿No? ¿Y entonces?

—Quería contarte algo.

—¿Ah, sí? Ven aquí.

—¿Pero estás ocupado?

—Princesa, sabes que para vosotros siempre tengo tiempo.

—Ah, ya. Bueno... Yo, es que... Bueno...

—A ver, Emma, ¿qué es?

—Pues... que... Buah, pues que tengo novio, papá. Mi amigo Lucas me ha pedido si quiero ser su novia, y yo le he dicho que sí... Pero... ¡Ay, papi! ¡No me mires con esa cara!

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(Emma)

Ver aparecer a Helga y darle aquel abrazo fue todo uno. Creo que nunca lo había necesitado tanto. En ese momento sentía que todo lo demás carecía de importancia, e incluso el fin de semana con mis amigos, del que acababa de volver, me parecía como un sueño lejano.

Esa noche, como tantas otras, la dejé que durmiera en mi cama, y me quedé un ratito contemplándola cuando ya se hubo dormido.

—Ay, Helga. Necesito que dejes de meter la pata —le susurré, acariciándole la mejilla, aunque sabía que ya no me podía escuchar. Simplemente lo dije porque me salió del corazón: me aterraba que pudiera pasarle algo y acabara mal, y lo peor era que no veía forma de que ella parase, a menos que se diera cuenta.

Deseé con todas mis fuerzas que papá lo hubiera conseguido esa tarde. No habíamos hablado del tema cuando habían vuelto, pero no era ningún secreto que aún quedaba mucho por aclarar, como bien me había demostrado mi conversación con mamá.

Me estremecí: ¿cómo reaccionaría yo si fuese la que estuviera pasando eso con mi hija? No lo quería ni pensar. Y eso también me llenaba de miedo, porque sabía que quería ser madre, pero no quería equivocarme. Al menos, si algo había sacado de todo este asunto, era que tenía que ser un equipo con el futuro padre de mis hijos, y eso también me llenaba de incertidumbre: ¿sería ese Lucas?

Porque estaba claro que teníamos nuestros más y nuestros menos, aunque nunca habíamos llegado a pelearnos por nada. Pero tener hijos son palabras mayores: es ponerlo todo por detrás de ellos, incluso a ti mismo.

—Pero Emma, que no los vamos a tener ya, con diecinueve años —me recordaba mi novio, con un punto de exasperación en la voz. Y en eso estaba de acuerdo, pero había empezado a dudar de si me compensaba seguir en una relación que no nos iba a llevar a ningún lado. El tiempo solo haría las cosas más difíciles—. ¿Puedes relajarte, Emma, por favor? —me insistía entonces, acercándose a mí y acariciándome un punto en la espalda que sabía que me ponía los vellos de punta.

Y siempre acababa haciéndole caso y dejándolo pasar, porque Lucas me conocía demasiado bien y me resultaba muy cómodo estar con él: era mi mejor apoyo y mi único refugio, después de todo lo que había pasado con mis padres y con Helga. Además de que también estaba Simón, y a él sí que no podría renunciar. Así que al final todo seguía su curso, hasta el próximo evento que me hiciera volver a planteármelo todo.

Ahora estaba en uno de ellos, y por eso me estaba costando tanto dormir. Había acabado enviándole un mensaje a Lucas, preguntándole si quería quedar para desayunar al día siguiente, y él se había mostrado encantado. De alguna forma, los desayunos eran uno de nuestros momentos favoritos.

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