55. Incertidumbres

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Y así llega la niña y me dice que tiene novio, Amaia. Que vale, hasta ahí bien. "Ya era hora", como diría mamá, "que Anita se estaba tomando su tiempo".

—No te quejes, anda. Que si yo te contara de Emma, Ángela...

Pero no, Amaia, que eso no es lo peor. Lo peor... ¡es que llevan dos años saliendo!

—¿Dos años?

¡Dos años! Y en casa nadie tenía ni idea. De verdad que siempre pensé que Ana compartiría estas cosas con nosotros, pero no. Que le daba vergüenza, dice. ¿Pero vergüenza de qué? Si hemos estado hablando de chicos toda su vida... Pero es que, por lo que se ve, ha sido una montaña rusa.

—No me hables de montañas rusas, Ángela, que suficiente tengo con las de mi casa. Y ya te he dicho que no te quejes, que tu hija es la primera cosa que te oculta, y yo tengo la impresión de que los míos podrían tener vidas secretas.

¿Como Hannah Montana? ¡Qué recuerdos, hermanita! ¡Tú siempre tan ocurrente!

—No, Ángela, te lo prometo. No te imaginas cuántas veces pienso que, en vez de con mis hijos, vivo con cajas de sorpresas que nunca sé por dónde me van a salir.

Anda, pues entonces tienen a quien parecerse...

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(Amaia)

Venga, anda. Acabad de prepararos, que vais a llegar tarde a clase —animé a mis hijas, tratando de desviar el tema de conversación.

La verdad era que esta no había salido del todo como yo esperaba, porque no estaba de acuerdo con lo que me había pedido Helga, pero Emma se había compinchado con su hermana y su lógica aplastante me había cogido desprevenida...

Esas dos me matarían, pero en el fondo me derretía al ver lo mucho que se apoyaban.

—¿Y tú cómo has dormido hoy? —le pregunté a Álex, que acababa de entrar en la cocina y estaba cogiendo un bollo con aspecto ausente.

Me acerqué a él y lo estreché con fuerza. Para mi sorpresa, su respuesta a mi abrazo fue más firme de lo que me esperaba.

—Esta tarde después del instituto iré a Suebre Music, mamá —me recordó. No se me pasó por alto que no había contestado a mi pregunta.

Lancé un suspiro resignado.

—Lo sé. Hoy es el día de la grabación, ¿no? ¿Tienes ganas? —volví a intentarlo.

No quería que se sintiera forzado, pero desde que Laura lo había dejado a principios de verano se había mostrado muy hermético. Me paré frente a él para mirarlo a los ojos, y Álex me sostuvo la mirada, más seria que de costumbre. De repente, eché de menos sus ojos risueños y su semblante despreocupado. De nuestros tres hijos, Álex siempre había sido el más despejado en ese sentido, pero en el último año había cambiado.

—Sí, muchas ganas —respondió, con suavidad.

Y, al acabar de hablar, la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa. Eso me calmó un poco: al menos había algo que le producía cierta emoción y lo sacaba de la apatía en la que había estado sumido todo el verano.

Podría decir que había sido uno de los veranos más complicados para nuestra familia, pero no estaba segura de que eso fuera del todo cierto. En cualquier caso, no había sido nada fácil para Emma y Álex. La primera, a causa de toda la situación con Pilar. Y el segundo, por la relación con Laura. O la ruptura de la relación, según se mire. Aunque, como todo lo que rodeaba a la chica, la situación seguía llena de incertidumbres.

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