Extra: Por sorpresa. Parte 5

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(Helga)

Estaba en casa de Emma aquella tarde, como casi todas. Mi vida se había convertido en algo muy simple desde que la barriga había empezado a notarse y yo había vuelto a España. Solía pasar las mañanas en el estudio de casa, componiendo, haciendo ejercicios vocales o practicando con los instrumentos. Papá hasta había intentado enseñarme a tocar la guitarra, con escasos frutos. Era pedirle demasiado a mi paciencia, y cuando se unió la incomodidad de la barriga, ya tuve la excusa perfecta.

―Eso sí, el bebé nacerá híper-estimulado con tanta batería ―dejaba caer mamá de cuando en cuando.

Algunas tardes las pasaba con ella, tratando de darle ese tiempo 'madre-hija' que tanto me reclamaba. Emma era mucho mejor que yo en ese aspecto. Simplemente mamá y yo no teníamos nada en común.

Así que la mayoría de las tardes me iba a casa de mi hermana, que estaba más que ocupada con todos sus hijos, sobre todo en las últimas semanas desde el nacimiento de la pequeña Jùlia. Por suerte, Chris también había decidido hacer un parón y entre los dos se manejaban bastante bien con los cinco niños. Lo que sí me encantaba era el punto de caos de su hogar, algo de lo que nunca habría creído capaz a mi hermana. Sin embargo, ahí estaba: juguetes por el suelo, ropa por lavar y planchar, camas sin hacer... Y risas, y juegos, y mucho amor. Su casa respiraba felicidad por los cuatro costados, y a veces hasta me hacía sentir envidiosa, a pesar de que no era algo que yo hubiera querido nunca. Seguro que se trataba de las hormonas del embarazo, que me tenían trastocada.

Por eso en otras ocasiones me iba a casa de mi hermano, Laura y sus hijos. Ellos también eran felices a su manera, pero de forma mucho más ordenada, lo cual me recordaba que yo también podía encontrar mi propia forma. Y ahora quizás debiera, porque ya no iba a estar sola nunca más. Pensar en eso me daba tanto vértigo que me mareaba, así que lo apartaba de mi mente: ya lo enfrentaría cuando llegara el momento.

El problema era que el momento se acercaba con demasiada rapidez, y las miradas que Laura lanzaba a mi vientre cada vez que me veía me lo recordaban con dolorosa precisión. Podía sentir la silenciosa pregunta en sus ojos: ¿de quién es el niño?

Porque sí, Laura era muy amiga de Mónica, la actual pareja de David. Las dos parejas salían juntas con bastante frecuencia, y la incertidumbre sobre la paternidad de mi hijo se cernía amenazando con perturbarlo todo. Claro, en eso yo era especialista.

Por ahora solo lo sabía Emma, y así seguiría siendo. A pesar de la insistencia de mi hermana, que desde que me lo había sonsacado estaba empujándome para que hablara con David. Pero, de alguna forma, no podía enfrentarme a él. Y esquivar a Emma tampoco había sido demasiado difícil, teniendo en cuenta el nacimiento de Jùlia, que la había tenido bastante ocupada. Por suerte para mí.

―¿Por qué nadie te dice nunca lo incómodo que es este barrigón? ―me quejé aquella tarde, estirada en el sofá de mi hermana, mientras ella aprovechaba el paseo diario de mis sobrinos para recoger un poco el salón.

―Sí lo hacemos, pero nadie quiere echarnos cuenta ―se rio Emma, con un punto de nerviosismo que no pegaba nada con mi comentario. ¿Había dicho algo fuera de lugar? ―. Y aún te queda el último mes, que es el peor...

Me recorrió un escalofrío solo de imaginármelo.

Entonces sonó el timbre. Miré a Emma, que se sobresaltó.

―Es pronto para que hayan vuelto del paseo ―le hice notar―. Deben de haberse olvidado algo.

―Ya ―se limitó a responder, mientras iba a abrir.

El corazón empezó a latirme con fuerza. La actitud de mi hermana no me acababa de cuadrar.

―Hey, gracias por venir. Pasa, pasa... ―la oí decir.

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