21. Como a un clavo ardiendo

852 82 183
                                    

—Bueno, en el rincón de las profesiones, esta semana le toca a Alejandro. Ven aquí, Alejandro, y preséntales a tus compañeros tu futura profesión.

—Yo, además de tocar el violín, quiero ser productor musical. Mi papá tiene una pequeña discográfica y quiero trabajar allí. Ya voy con él muchos días.

—Y también le ayudas un poquito, ¿verdad, Alejandro? Con ocho años seguro que ya te deja.

—Claro. Pongo los instrumentos en su sitio cuando graban con ellos, me siento a ver cómo hace los cuadrantes de reservas de los artistas, ayudo a Jaume y a Ferrán con las mezclas... Pero todavía solo me dejan darle a algunos botones.

—Alejandro tiene mucha suerte, porque puede ayudar a su papá.

—Sí, seño. Y dice que cuando sea mayor será mi violín el que grabe cuando lo necesiten sus clientes.

—¿Y a ti no te gustaría ser cantante también?

—Bueno... Nunca he pensado en si canto bien.

__________________________________________________

(Alejandro)

Hay tiempos que parecen oscuros. Al principio piensas que serán días, y pronto pasará. Pero los días se convierten en semanas, y las semanas en meses. Y los meses... en años.

La pérdida de la yaya nos sumió en la etapa más complicada que pasamos como familia. Papá se encerró en el estudio, que es lo mismo que decir que se encerró en sí mismo. Y de ahí salió un disco crudo y desnudo, pero probablemente el mejor que había hecho hasta la fecha, que lo llevó de gira por España e incluso algunas ciudades de Europa.

Al volver era otro: se había reencontrado con la música y consigo mismo, y había regresado con fuerza. Pero había pasado un año y medio desde que falleciera la yaya, y eso era demasiado tiempo.

Recuerdo la vez en que había tenido que tomar mi primera decisión con respecto a la discográfica, con poco más de trece años. Jaume había llamado a casa porque Nino y Cía, un grupo que tenía cita para grabar esa semana, les había contactado pidiendo que se lo retrasaran, pero necesitaba el permiso de papá y cuadrar agendas de nuevo.

—¿Y qué hacemos si no nos contesta? —había preguntado, con un deje de agobio, y eso que Jaume era una de las personas más despreocupadas que había conocido...

—No pasa nada. Ya verás como dice que sí... —le respondí, sin pensar. No quería que se siguiera estresando.

"Pero tonto, como si fuera tan fácil", había pensado para mis adentros. Aunque no estaba seguro de a qué me refería: a cuadrar agendas o a conseguir el permiso de papá. Este se había encerrado con pestillo en el estudio de casa y dudaba de que me fuera a contestar...

Pero Jaume necesitaba una respuesta, y estaba claro cuál era, así que no tardé mucho en decidirme: esperé unos minutos para que pareciera realista, y luego volví y les di el permiso. Si no me equivocaba, la semana siguiente había un par de días sin reservas, así que no tendrían mucho problema en reubicarlos. Y papá ni siquiera se enteraría... Como al final ocurrió, porque apenas salió del estudio.

Mamá también había empezado a viajar de nuevo con bastante frecuencia. El primer viaje fue a Madrid, a ver a su hermano y a Lorenzo, después de que papá se hubiera llevado las dos primeras semanas sin salir. Y de Madrid volvió con una agenda tan apretada que apenas la veíamos en casa.

—¿A dónde vas ahora, mamá? —le pregunté un día. Había vuelto muy tarde de unos premios y ya se estaba arreglando, a pesar de que era sábado.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora