48. Como tenía que ser

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—Ay, Alfred, no me puedo creer que Álex haya tenido que pasar por todo lo que nos ha contado hoy la profesora. Cuando nos citó pensé que iba a ser para hablar de su rendimiento...

—Lo sé, Amaix, pero no podría estar más orgulloso de él. Ha sido muy valiente avisando a la profesora del bullying que estaba recibiendo el otro niño. ¿Y sabes que él se lo había contado a Emma?

—¿De verdad? Seguro que ella lo animó a hablar con la profesora entonces.

—Te prometo que no podría estar más orgulloso de ellos, de los tres, con lo pequeños que son.

—Ay, ruru, tienen a quien salir... Aunque espero que no vuelvan a enfrentarse a una situación así.

—Bueno, yo me conformo con que, si lo hacen, sepan que nos tienen a nosotros para ayudarlos.

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(Alfred)

Sabía que la vuelta iba a ser intensa.

Pero no me esperaba esta vorágine en todo, y menos aún en mi mujer y en mis hijos.

De Helga y Emma tenía más idea de lo que estaba por venir, aunque las dos tuvieron que enfrentar varios reveses. La primera con ciertos amigos, como era de esperar. Y la segunda con su "familia política", esa que le cogía tanto el corazón, por más que yo deseara lo contrario.

Amaia, por su parte, había hecho lo que me había prometido, y el tiempo le había servido para encontrarse a sí misma. Pero lo más grandioso era que no parecía darse cuenta, porque había recuperado esa inocencia que me encandiló la primera vez. Sentía que se habían rebajado las barreras entre nosotros y, por primera vez en años, volvimos a conectar a través de la música.

Había sido ella la que me había llamado a través del piano aquella noche. Ya nunca hablábamos con nuestro idioma del teclado, ese que tantas alegrías nos había traído, de una etapa muy distinta a todas las que vinieron después. Sin embargo, las notas de mi nombre no las podría olvidar nunca, y eso fue lo que tocó entonces, al poco de volver de la gira.

Me la encontré sentada al piano, con la melena suelta por la espalda, y me acordé de mi sueño, de esa pequeña melena alborotada sentada junto a ella. No había podido evitar un suspiro, porque no teníamos una melena alborotada, sino dos, aunque solo una de ellas se sentaba al piano, y no siempre con su madre... ¿Cómo habían podido cambiar tanto las cosas?

Pero esa noche supe que volvíamos a ser solo los dos, como antes. Solo los dos y el piano. Cerré la puerta al entrar, de forma que la sala quedara lo más insonorizada posible. No habíamos querido un sistema perfecto, para que siempre se escuchara la música en casa, pero que, aun así, no fuera tan molesto.

La miré, y ella me devolvió una mirada profunda, propiciada por la penumbra de la sala, en la que solo brillaba una lamparita. Esa sala en la que nos encontrábamos era como nosotros: imperfectos, pero llenos de música. Tan llenos, que era imposible contenerla toda y, por eso, nuestra imperfección era nuestra mejor cualidad, esa que nos hacía ser nosotros mismos.

Mis labios encontraron solos el camino hasta los suyos, que conocían tan bien. Tantos años, y nunca habían querido encontrar otros.

Sin darme cuenta, ella había cogido mi mano y la había llevado hacia las teclas. Sin palabras, me estaba pidiendo que tocara. Me estaba pidiendo que habláramos desde nuestro mundo, y eso se lo pude conceder gustoso. Empecé por las notas que dieron origen a todo, esas que había tocado solo la última vez, esperando su respuesta.

City of stars, are you shining just for me?... —le canté al oído, apenas alzando la voz. Había visto a la ciudad de las estrellas brillar, y ahora sabía que no lo hacía para mí: para mí brillaba ella—. City of stars... there's so much that I can see...

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now