44. Dispuesto a luchar

820 68 133
                                    

—Mami, ¿por qué el niño de mi canción quiere amar por los dos? ¿Y por qué la chica no le quiere?

—Álex, cariño, es... un poco complicado.

—Ya, claro. Lo aprenderé cuando sea mayor. ¿A que sí?

—Ains... No es eso. No es que no te lo quiera explicar. Es que, en el amor, cada caso, cada historia es única.

—¿Igual que mi canción es única para mí?

—Sí, más o menos. Entonces, cuando crezcas, aprenderás a interpretarla a tu manera.

—¿Encontraré una historia para mi canción?

—Encontrarás una historia, pero ojalá que sea más bonita...

—Pero si la de mi canción es muy bonita, mamá. Si hay amor, siempre es bonita, ¿no?

__________________________________________________

(Alejandro)

Los últimos días hasta la vuelta de papá habían sido horribles.

Desde aquella llamada de Laura, había pasado por toda la amalgama posible de sentimientos. Primero había sido el desconcierto, pero eso solía llevarme al enfado: recurría a mí pero no me daba más explicaciones, ¿por qué? ¿Es que le parecía que eso era normal? ¿Que podía hacer conmigo lo que quisiera? Y eso acababa dando paso a una profunda preocupación: no la había visto tan fuera de sí desde que la conocía, pero aún peor fue la desolación que la invadió en el coche. Seguro que ya no había nada que pudiéramos hacer, fuera lo que fuese.

Me entraron ganas de llorar, al verla tan frágil y desamparada. Querría haberla abrazado y no soltarla hasta que se hubiera ido su problema, y haberla acompañado a esa casa, para ver lo que le causaba semejante inquietud.

Pero estaba bloqueado, y no fui capaz de hacer nada. Al día siguiente solo me comían los remordimientos, y apenas pude aguantarme a mí mismo.

—Alejandro, ¿por qué no te vas ya a casa? —me había sugerido Jaume, después de que solo hubiera metido la pata y hubiera estado ausente todo el día.

Yo había negado con la cabeza: estaría allí hasta el final, en caso de que Laura o Fernando llamaran.

Pero eso no había ocurrido, y yo me había marchado aún con más impotencia. Además, me partía el alma pensar que, lo que debería haber sido un acontecimiento feliz, iba a convertirse en uno de los días más negros. Porque el disco fue un rotundo éxito... que no pudimos compartir con Laura. A pesar de que la llamé al número desde el que ella me había contactado. Muchas veces. Sin resultado.

Así que solo me quedó la opción de ir a su casa el sábado.

La verdad es que no pensé las consecuencias, ni lo que me podría encontrar, porque no tenía ni idea.

Había comprobado la dirección en el teléfono de mamá, había cogido un autobús y allí me había presentado.

El corazón me latía a mil por hora cuando me planté en el porche de la casa, en el que había visto por última vez a Laura.

Respiré hondo antes de llamar, con la esperanza de encontrármela cara a cara en unos segundos.

Por favor.

Tenía que verla.

Toqué el timbre y sonó una melodía sencilla. Esperé, dejando pasar un minuto completo que conté segundo a segundo, pero no me abrieron. Entonces volví a llamar, con más insistencia, pero también con más desazón: quizás no había nadie y mi viaje había sido en vano.

Una voz compartidaWhere stories live. Discover now