(COMPLETA)
Gil Collins es una mujer de buena clase social, la favorita de su padre, y la más buena de las amigas. Podría decirse que su vida es perfecta, pero está lejos de serlo.
Siente que es fea como ninguna otra, su hermana la odia y se dedica a...
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—¿No crees que me veo rara? —preguntó Kate, dando una vuelta frente al espejo—el vestido se ve raro, Dios mío, no puedo hacer esto.
—Kate, eres la mujer más cobarde que conozco—dijo Jay, soltando una risita—no te ves rara, te ves hermosa. No te eches para atrás.
Kate se giró para ver a su sobrino, quién estaba sentado en el sillón, luciendo despreocupado, con una gran sonrisa en el rostro. Así, le pareció a Kate que se veía diez años más joven, como el chico risueño que se dedicaba a jugarle bromas.
Que ganas de meterle una patada tenía.
Ya quería verlo el día de su boda, seguramente estaría más nervioso que ella.
—¿De verdad crees que me veo hermosa?
—Claro que sí—la animó Jay—no ha habido novia más hermosa en la historia de la humanidad.
Kate se echó a reír.
Este hablador, pensó.
Hoy era el día.
El día de su boda.
Finalmente había llegado, y estaba que se moría de los nervios.
Jay estaba disfrutando toda la situación, riéndose de cada excusa que su tía ponía, de cada vistazo que tomaba en cualquier espejo que veía, de sus ataques de nervios.
Estaba feliz.
En los últimos meses su vida había sido solo eso, felicidad y más felicidad.
Gil y Grace habían salido del hospital, él se había mudado a una gran casa con Gil, y su negocio con Hailee estaba empezando a tomar forma, ¿pero lo mejor de todo? La promesa de Esmeralda había resultado cierta.
George Collins no los había molestado más.
De hecho, parecía bastante arrepentido.
Jay sabía que había intentado por todos los medios disculparse con sus hijas, y estas, demasiado dolidas con él, no habían respondido una sola vez. Pero les dolía no hacerlo, Jay podía verlo.
Y solo por esa razón había decidido no levantar cargos contra George, no necesitaba darle a Gil otra preocupación.
—Es hora—anunció Gil entrando a la habitación entonces, había mantenido su promesa de ayudar a Kate y se había tomado muy en serio lo de organizar la boda—es tiempo de la entrada.
Kate respiró profundamente, se había puesto pálida.
Jay tuvo que reírse otra vez.
—Vamos, titi, ya oíste al general—dijo, guiñándole un ojo a Gil—hay que salir.
