Capítulo 40.

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—No puedo creer que vomitaras en la acera.

—Verás—dijo Gil, llevándose la última cucharada de su sopa a la boca—tu cara pondría enfermo a cualquiera.

Cole puso los ojos en blanco.

La verdad es que ella tampoco podía creer que había vomitado en la acera, frente a todo el mundo. Aunque claro, tampoco es que pudiera sorprenderse, desde el día anterior no había comida nada.

Pero aun así...

—No puedes seguir así—decía Cole en ese momento.

Gil dejó los cubiertos sobre el plato, de la forma en la que le habían enseñado debía hacerlo cuando terminaba de comer.

Frunció el ceño.

—¿Así como? —preguntó.

—Tratándome de esa forma—dijo él exasperado—como si no soportaras ni verme.

Gil suspiró y cerró los ojos. Ella tampoco quería estar así, pero se sentía tan furiosa, tan frustrada, tan pequeña. Le enojaba saber que al final tanto Cole como su padre se habían salido con la suya.

Aunque no había sido culpa de ninguno que Jay la dejara. Ella todavía no acababa de entender de quien era la culpa.

—¿Cómo quieres que te trate, Cole? —le preguntó, cansada hasta los huesos—la última vez que estuvimos en la oficina me humillaste, luego le rompiste el corazón a mi mejor amiga y te aliaste con mi papá para ir a buscarme, para acabar con mi voluntad. Entiendes que después de eso no puedes ser mi persona favorita, ¿no es cierto?

Cole se encogió casi imperceptiblemente, y por un momento, a Gil le pareció ver culpa en sus ojos.

—De verdad lamento como te traté ese día, lo lamento como un loco—le aseguró—pero todas las demás cosas que hice fueron por tu bien. Porque quería que estuvieras feliz.

Ella quiso reír.

—¿Te parece que estoy bien? —le preguntó, su voz quebrándose por el llanto que amenazaba con soltar—¿Te parece que estoy remotamente feliz, Cole? Si es así entonces no sabes absolutamente nada.

Cole la observó levantarse de la silla para salir del restaurante y suspiró.

Las cosas no volverían a estar bien jamás.

Tras pedir comida para llevarle a Flor, Cole había acompañado a Gil a su casa.

Ella caminaba unos pasos más adelante que él, dispuesta a no hablarle, él, por esta vez, no se encontraba molesto con la idea de que lo ignoraba.

Le daba tiempo para pensar, pensar en que de ahora en adelante aquella sería su vida, correr detrás de su amiga que no lo quería en absoluto, ver a la mujer que amaba estar sola, y ser la marioneta de George Collins, acatar su voluntad cuando fuera.

Sentía asco, y furia, y odio, cada una de estas emociones dirigidas hacía sí mismo.

—Toma, dáselo a Flor. Debe estar muriéndose de hambre—le dijo, entregándole el paquete.

Y luego se fue.

Ahora fue el turno de Gil de mirarlo, tenía la cabeza baja y las manos en los bolsillos.

Odiaba pensar en cuanto lo conocía, todo el tiempo que había pasado mirándolo le servía para saber ahora que se encontraba triste, que algo le preocupaba.

Entro a su edificio con el ceño fruncido.

Era imposible que ese hombre la amara. No la había amado teniéndola justo frente a él casi todos los días del año, ¿Por qué la amaría cuando se fue?

She will be loved |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora