Capítulo XXXI

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Aitana mueve la cabeza compasadamente, al ritmo de la música que retumba en todo el coche, mientras observa el paisaje verde que rodea el camino de piedra que están recorriendo. A su lado, desde el asiento del conductor, Luis la mira de reojo, de vez en cuando, cuando la carretera se lo permite. En las dos horas que llevan de viaje, la chica no ha abierto prácticamente la boca, solo para dictar las indicaciones del GPS y poco más.

En la parte trasera del coche, el ambiente es muy diferente. María, Roi y Natalia se dedican a cantar animadamente todas las canciones que suenan mientras charlan de cualquier cosa, alegres de tener ese planazo para el fin de semana.

Lo que hablaron el día anterior, entre cervezas y risas, medio en broma y medio en serio, al final se hizo realidad. Se organizaron para ir todos a pasar el fin de semana juntos en la casa en la montaña que tiene Agoney. Eran unos 20, así que se avecinaban unos días de diversión y desconexión a grandes cantidades.

- ¡Eh! ¿Eso de ahí no es la casa de Ago? – grita Roi, alzando la voz para hacerse oír por encima de la música, mientras señala con el dedo una casa de piedra que se aprecia al final del camino.

- ¡Buah! Vaya casoplón – suelta María, sorprendida y satisfecha a partes iguales.

Aitana comprueba el GPS de su móvil y asiente con la cabeza. Ya casi han llegado. A lo lejos, Luis consigue divisar algunos de los demás coches, ya aparcados en la esplanada de delante de la casa. Inspira hondo y trata de soltar el aire lo más lentamente que puede. El de Carlos es uno de los coches que ya han llegado; lo reconoce al momento.

Desde que, la noche anterior, Luis y Aitana se vieron prácticamente obligados a cambiar su plan de película, manta y mimos por ese fin de semana especial, no estaba del todo tranquilo. Le jodía no poder disfrutar al cien por cien de unos días con sus amigos, por la presencia de dos personas en particular. Y sabía que Aitana se sentía igual.

La pareja, nada más llegar a casa la noche anterior, había comentado de no ir, inventarse que uno de los dos se encontraba mal y que tenían que quedarse descansando. Pero al final, después de darle muchas vueltas, habían decidido ir, porque ellos también merecían pasar tiempo con sus amigos. Aunque supusiera tener que lidiar con los que no lo son.

Luis aparca el coche y pone el freno de mano. Los pasajeros de la parte trasera del vehículo se apresuran a salir, mientras saludan a gritos a los demás, que están sentados en el porche. Luis y Aitana se quedan dentro, solos. Él le acaricia suavemente la cara y ella suspira.

- Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?

Ella le mira a los ojos y dibuja la primera sonrisa verdadera del día.

- Claro que lo sé, tonto. Y yo te quiero a ti.

- Nos lo pasaremos genial, ya verás. Y te prometo que me voy a comportar. Nada de tonterías – levanta la mano firme, como gesto de juramento. Ella ríe ligeramente y le besa en los labios.

La primera mitad del día transcurrió tranquilamente. Nada más llegar, se instalaron todos en cada una de las habitaciones de la planta superior de la casa. Era una masía enorme y antigua perdida en medio de la montaña. A bajo había el amplio salón, presidido por una chimenea y rodeado de sofás y sillones, y la cocina. Decidieron aprovechar la mañana y los débiles rayos de sol de diciembre y salir a pasear por la montaña, respirando aire puro. No volvieron hasta la hora de comer, cuando empezaban a caer pequeños copos de nieve. Estaban helados y enseguida encendieron la chimenea. Cocinaron y comieron sentados alrededor de la larga mesa de madera.

- Venga – se levanta Carlos, con la copa en alto – Un brindis, ¿no?

Todos asienten e imitan su movimiento. Aitana, por primera vez en lo que llevan de día, mira directamente a su exnovio, que reluce una amplia sonrisa. Y por un momento, su mirada se cruza con la de él.

Más Allá de lo Inevitable | AitedaWhere stories live. Discover now