Capítulo IV

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- ¡Aitana!

Un escalofrío recorre todo el cuerpo de la catalana tras escuchar la voz de Carlos al gritar su nombre. Instintivamente, tras darse cuenta de la presencia de esos nuevos espectadores, Joan volvió a ampliar la distancia con Aitana y se le congeló la sonrisa. Igual que a ella.

Su novio estaba ahí, a escasos metros de ella, en un callejón perdido del barrio de Gracia, con su mejor amigo. Ese mismo amigo al que Aitana había empezado a odiar ese mismo día. Pero era incapaz de centrarse en eso. El grito seguía retumbando en su cabeza, en bucle, buscando e inundando cada uno de los departamentos de su memoria, hasta encontrar el rincón de la mente de Aitana donde había escondido ese recuerdo.

Y es entonces cuando ese grito la transporta cuatro años atrás.


- No me lo puedo creer. Nos hemos pasado de palabras.

Aitana se levantó del suelo, donde tenía desplegados varios folios con gráficos, artículos, mapas y demás documentación y se acercó a la mesa, donde Joan estaba sentado con el portátil delante, resoplando.

- 2300 palabras - Siguió hablando Joan, señalando en la pantalla el reportaje que habían escrito entre los dos - Y lo máximo es 2000. Tenemos que recortar.

- Pero si todavía no hemos escrito las conclusiones...

Ese trabajo de la universidad llevaba semanas ocupando las tardes de los dos jóvenes universitarios. Uno de las asignaturas más importantes del segundo curso de la carrera era la de reportajes de investigación, que consistía en la elaboración de un gran reportaje en pareja.

Joan se levantó y se pasó las manos por el pelo, revoloteándolo.

- No puedo más, me explota la cabeza. - Miró el reloj que llevaba en su muñeca y añadió - Además, es tarde y tú habías quedado. Así que mejor me voy ya y seguimos mañana.

- Todavía queda un rato hasta que me tenga que ir. ¿Quieres una cerveza? Nos despejamos la cabeza y mañana seguimos con este tormento.

Por sorpresa de Aitana, Joan aceptó, y antes de que pudiera cambiar de opinión, fue hasta la diminuta cocina de su piso de estudiantes. Cuando Aitana empezó la universidad en Barcelona, decidió dejar la casa de sus padres, situada en el pueblo de Sant Climent, donde ella se había criado, para irse a vivir a la capital catalana y poder disfrutar de la experiencia universitaria al ciento por cien. Desde entonces, vivía en un piso compartido con dos compañeros de carrera, María Villar y Martí Rubira.

Al volver de la cocina, se sentó en el sofá al lado de su amigo y tras brindar, dio un largo sorbo a su cerveza. Miró a Joan y sintió como la culpabilidad volvía a apoderarse de ella. Desde que varios meses atrás se había visto obligada a cortar ese vínculo tan especial que compartían, su relación amistosa había casi desaparecido. Le costó mucho tomar esa decisión, pero era la única opción que tuvo. No sentía lo mismo que él, nunca lo había sentido. Para ella, Joan siempre había sido especial, desde el primer día que lo conoció, y conectaban a la perfección, en todos los sentidos. La atracción que sentían el uno por el otro era la más intensa y apasionada que Aitana había conocido hasta ese momento. Pero era eso, atracción. Y cuando Joan le pidió dar un paso más en su relación, algo dentro de ella no la dejó avanzar: no estaba enamorada de él. Aunque él le juró que tampoco era amor lo que sentía, que solamente quería compartir con ella algo más que esos ratos de cama, sábanas y poca ropa, para Aitana ya la única opción posible era volver a ser solo y nada más que amigos.

Los meses que siguieron a esa decisión fueron fríos y tensos. La amistad que Aitana creía que compartían por encima de todo lo demás ya no existía y solo se veían en clase o en grupo, cuando se reunían con los demás.

Más Allá de lo Inevitable | AitedaWhere stories live. Discover now